Dédalo de la Fuente
“No hay dios:
los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”
Hablar
de Ignacio Ramírez como de cualquier otro personaje histórico, sin duda alguna
no es tarea fácil, debido a que solo se tienen biografías, relatos, mitos y alguno
que otro comentario que ha pasado de generación en generación y que con el paso
del tiempo, se vuelve oscuro y termina por mistificar a la persona en cuestión.
Para ayudar a rescatar los valores históricos de nuestra nación, es menester de
todo amante de la libertad, del culto a las letras y a la misma república, hacer el más grande esfuerzo por transmitir
los valores que aquellos grandes hombres dejaron para la posterioridad.
Originario de
San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende), Guanajuato, vio luz por vez
primera en aquel verano de días largos y noches cortas un 22 de junio de 1818.
Sus padres, Don Lino Ramírez y Doña Sinforosa Calzada, ambos mestizos
queretanos. Ignacio Ramírez fue educado desde su infancia con los ideales más
puros que su padre le inculcara (Don Lino Ramírez, firme patriota y liberal
valeroso, miembro del partido federalista desde su fundación y fiel apóstol de
las ideas más avanzadas de la república), es por ello que “desde muy niño se sintió arrastrado por las tempestades políticas”.
Ignacio Ramírez |
Ignacio Ramírez,
fue un luchador tenaz de la reforma y precursor de la misma, a tal grado que
podemos decir que fue el sublime
destructor del pasado y el obrero de la revolución. Ramírez pues, es la continuación de un proceso revolucionario
de su época y que lo colocan entre los
patriotas sin mancha, o mejor aún, un liberal desinteresado. Se batió en combate, tanto en la prensa como en el
campo de batalla contra poderosos enemigos
desde su juventud. Hombre ilustre en el campo de las ciencias (Matemáticas,
Física, Química, Astronomía, Geografía, Anatomía, Fisiología, Historia natural,
Jurisprudencia, Economía Política, Historia de México, Historia General, hasta
la teología escolástica le era familiar) y de las bellas artes, apóstol del
progreso, era, como solía decirse: el Voltaire de México.
Pero ¿Por qué es
menester recordar y transmitir sus hazañas? Es menester recordar a este personaje, pues fue quien rompió todas
las reglas del pensamiento filosófico en América, con un razonamiento fundado
en todas las ciencias exactas, y que puso de manifiesto lo inaudito hasta ese entonces,
de que la materia es indestructible y en consecuencia eterna, llegando a la
máxima conclusión: en este sistema puede suprimirse al dios creador y
conservador: “No hay Dios; los seres de la Naturaleza se sostienen por sí
mismos”.
Se
inició en el periodismo en 1845, al fundar con Guillermo Prieto y Vicente
Segura, la publicación periódica Don Simplicio, donde adoptó en nombre: El
Nigromante. En el primer número de este periódico, Ramírez expone en un artículo
que vendría a ser su credo político, el programa de toda su vida, intitulado: “A
los Viejos”… ajando así las flores de la independencia,
produciendo los frutos de la discordia y apagando las esperanzas del pueblo
entre miseria y sangre. Renegó de la constitución de 1824 y la condena como
ineficaz, llegando al planteamiento de la necesidad de proclamar una revolución
completa, que abarcase desde lo económico, político, religioso y social,
apelando a la mayoría del pueblo para realizarla. “En más de media docena de constituciones, que en menos de medio siglo
hemos jurado y destruido, no veo sino infecundos sentimientos de libertad y
corrompidas fuentes de ilustración, brotando bajo la luz y el fuego de la
moderna filosofía en corazones monárquicos y en espíritus aristotélicos.
Pero
¿fue solo su perspicacia lo que hace trascendente a Ramírez? ¿Qué otras
aportaciones dejó para la Nación? Sin duda alguna, Ramírez no solo fue un
ilustre literato, sino también un buen orador, y un buen gobernante. Utilizó su
oratoria en los diferentes cargos públicos que desempeñó (Ministro de Fomento, Educación,
Justicia y Colonización con Benito Juárez; Secretario de Guerra y de Hacienda
en el Estado de México con Francisco Modesto de Olaguíbel entre otros cargos de
elección popular). Es necesario mencionar estos pasajes de su vida en funciones
públicas ya que el pueblo tiene como obligación aprender y transmitir las
hazañas del hombre que promovió y ejecutó
las leyes de reforma. Con las leyes de reforma exclaustró a los frailes y a las
monjas, destruyendo de una vez por todas, aquel imperio monacal que tenía más
de tres siglos. Reformó la ley de hipotecas y juzgados, hizo prácticas las
leyes de independencia del Estado y de la Iglesia, reformó el plan de estudios,
siendo el primero que destruyó la rutina del programa colonial, suprimió la
Universidad y el Colegio de Abogados; retiró a los monjes del palacio de Puebla
y lo donó al gobierno del Estado, acordó que la iglesia de la compañía se
convirtiese en biblioteca y en sus torres se fundaran observatorios astronómicos
y meteorológicos: en México ordenó la formación de la gran biblioteca nacional
con la reunión de los libros de los antiguos conventos y la adquisición de
nuevos; dotó ampliamente los gabinetes de la Escuela de Minas; formó con los
cuadros de pintores mexicanos de aquella época una exquisita galería que se
podía encontrar en la Escuela de Bellas-Artes, y renovó el contrato para la
construcción del ferrocarril de Veracruz, entre otras tantas cosas más.
En 1874 su bien amada, a la cual
quería con los más sublimes sentimientos, falleció. Fueron años duros para
Ramírez y lo expresa en sus poesías donde le canta a su más bello Sol (como
solía llamarle a su esposa).
“heme aquí, sordo, ciego, abandonado;
En la fragosa senda de la vida:
Apagóse el acento regalado
Que a los puros placeres me convida;
Apagóse mi sol; tiembla mi mano
En la mano del aire sostenida”.
El 15
de julio de 1879 muere Ignacio Ramírez. Dada la honestidad con la que manejó los cargos
públicos y su amor al progreso, pasó sus últimos días en la miseria. Algunos de
sus contemporáneos y uno que otro escritor a sueldo, trataron de interpretar su
muerte hacia asuntos más personales de la vida de Ramírez, es cierto que la
pena que embargó su
alma causó gran congoja en
su ser, pero no podemos deducir que murió de amor. Murió viejo y pobre, dejando
el más grande legado para defender y transformar según sean las circunstancias
de la nación y siempre en beneficio de los desheredados del campo y la ciudad.
Por eso hoy podemos decir: Ramírez, el gran pensador del siglo XIX en México,
necesita ser recordado por las presentes y futuras generaciones. Pero sobre
todo y ante todo, México necesita a grandes luchadores como: El Nigromante.