7 ago 2012

Las Olimpiadas: la marca más rápida, más fuerte, más alta.


Por Ricardo Flores Ríoblanco

Los cinco Aros Olímpicos que representan la competencia deportiva y sana entre los pueblos del mundo, así como la universalidad de los deportes, han sido rentados por las más grandes marcas de productos que nada tienen que ver con la salud, la nutrición o la fomentación del deporte entre los pueblos, sino que buscan  posicionarse entre los primeros lugares de las  marcas que figuran como líderes en la industria en la que operan y destacan, precisamente por su vocación de generar un alto valor económico a costa de la salud y explotación de los lugares en los que operan, utilizando a los deportistas que son, al final de cuentas, comercializados como un producto más.

El anfitrión, Gran Bretaña, no está a salvo de la crisis europea, el país donde el sistema capitalista logró desarrollarse gracias al avance y aplicación de máquinas que lograron elevar la producción: la conocida revolución industrial; se encuentra desde finales del año pasado en una recesión que ha obligado al gobierno a realizar recortes al gasto público, dejando con ello a miles de desempleados que laboraban en el sector público.

La cede de los juegos olímpicos se determinó en el 2005, cuando la crisis no asomaba su terrible rostro. Para 2008 Tessa Jowell, encargada de la preparación olímpica en el anterior Gobierno británico, del laborista Gordon Brown, dijo que de haber sabido de una eventual crisis económica mundial, “seguramente no nos hubiéramos presentado como candidatos”. En contraste, el Comité Olímpico Internacional (COI) garantizó que los Juegos 2012 podían ser un buen negocio y no sólo un gasto, destacando el aumento de los ingresos por derechos de retransmisión y el aporte de los grandes patrocinadores, así como la comercialización de productos; los organizadores del evento deportivo más importante del mundo, mostraban su verdadera concepción sobre el deporte: negocio lucrativo que se da gracias al espectáculo de deportistas con un alto rendimiento.

Existe una tensión social en gran parte de Europa por las medidas adoptadas por países como Grecia y España en la misma Inglaterra que sigue experimentando rebeldía estudiantil y obrera por los recortes, y muy a pesar de que los juegos den trabajo a desempleados, estos serán de corto plazo, pues las olimpiadas son pasajeras, es decir, la clase obrera del país (tan solo una parte), recibirá migajas mientras las empresas patrocinadoras se llevarán la mayor tajada del pastel, no solo eso, mientras a las mayorías se les aumentan los impuestos sobre la renta, la comida, y productos útiles, el Comité Olímpico Internacional (COI)  ha declarado paraíso fiscal la zona de las olimpiadas, eximiendo a todas las empresas de pagar impuesto alguno.

Las olimpiadas se han vuelto un negocio, principalmente para las grandes cadenas televisivas que se adueñan de los derechos de retransmisión, sumas millonarias que en nada van a parar al desarrollo y fomentación del deporte en los países. En nuestros tiempos se ha logrado perfeccionar la explotación de los deportistas a tal grado que ellos ven en el deporte no una forma de expresión humana que refleja salud, inteligencia, organización, disciplina y fraternidad, sino como una forma de subsistencia para alcanzar un mejor nivel de vida para ellos y sus familias, sus logros deportivos se ven opacados por sus aspiraciones económicas, algo de lo que no son culpables, sino víctimas de una sociedad donde todo lo que genere ganancias, tiene un futuro y lugar en el mercado, siempre y cuando los gastos sean mínimos y las ganancias sean máximas.

La euforia que crean la competencias no se compara en nada al consumismo que se genera entre los aficionados por vestir, comer y poseer artículos -algunos innecesarios- que los deportistas más destacados lucen y comercializan; vemos a grandes deportistas participando en campañas publicitarias que nada tienen que ver con el deporte, desde automóviles hasta sodas con alto contenido en azúcar, marcas de ropa deportiva, relojes, etc., todos tienen lugar, menos el deporte en sí.
Mientras Europa se hunde en una crisis cada vez más devastadora para la clase obrera, las fiestas olímpicas en Londres crean una contradicción aun mayor, pues mientras los gobiernos hablan de austeridad financiera, Gran Bretaña ha gastado millonadas en infraestructura con dinero público, beneficiando a grandes constructoras británicas, ha concedido la exclusividad a VISA para ser la única tarjeta aceptada en los juegos, ha dado espacios alrededor de los estadios a compañías para que promocionen gratuitamente sus productos, han privatizado incluso la seguridad en los estadios, se han demolido barrios para construir zonas residenciales de lujo para que adinerados puedan estar cerca de los eventos y se han desplazado a miles de familias pobres para crear la llamada “zona olímpica”.

El día de la inauguración, no todo fue festividad, hubo protestas por parte de organizaciones sociales que reclamaban los altos costos de las olimpiadas, los bajos salarios de los trabajadores que trabajan en los juegos, las restricciones en diversos puntos de la cuidad que afectaron a los taxistas, los altos costos en las entradas de los juegos, y la violación al derecho de protesta pública en cualquier punto de la ciudad, la respuesta del gobierno inglés, fue la represión policiaca, oídos sordos y ojos ciegos.

No cabe duda que la humanidad debe rescatar el deporte de las pocas manos que lo controlan; la deshumanización en el deporte es la privatización del deporte, la competencia entre los pueblos debe ser para crear más fraternidad y unión en tiempos de lucha y crisis, un espíritu más combativo, más humano, pues ser más rápido, más fuerte, más alto, es tan sólo una parte de lo que el deporte ofrece al ser humano, pero no lo esencial.