22 mar 2012

Diego Rivera entre cuatro paredes


Ricardo Flores Ríoblanco

El arte no puede ser cualquier cosa, debe tener por esencia la realidad, lo material.  Lo bello que crea el artista es, precisamente, la forma de reflejar esa realidad, que hace que quienquiera que aprecie una obra, reconozca el reflejo de su entorno, vea y sienta su realidad tal cual es, sea esta bella o repugnante,  expresada con sutileza, belleza y delicadez por el artista.  

Los pueblos de la tierra han sabido utilizar el arte para expresarse, para comunicarse y entenderse; para contar su propia historia y representarla de la manera más sutil y delicada, despertando así la sensibilidad humana.

Los mejores artistas son aquellos que han entendido que el arte proviene y es creado por el pueblo y han representado en sus obras tanto la alegría del pueblo, así como su miseria, sus anhelos más reprimidos y su sufrimiento a través de los siglos.

El arte es también protesta, descontento, denuncia, enojo y rebelión del pueblo, que el artista expone en sus obras y que como efecto, enciende a las mentes más despiertas, y cimbra a las más dormidas. En este sentido, México ha tenido a grandes exponentes del arte de protesta, el cual sin dejar de ser bello, refleja un sufrimiento humano ignorado por los poderosos: la pobreza del pueblo.

Diego Rivera fue un grande que se entregó al pueblo, sus obras contienen escenas de descontento popular que todavía hacen temblar a los poderosos; su vida,  obra y  lucha son testimonios del México  postrevolucionario que cansado de las guerras, la muerte y la opresión, se lanza al siglo confiado del triunfo -arrebatado por la burguesía mexicana naciente-, que logró con su lucha.

Destacado por sus murales que aún se pueden apreciar por diferentes zonas de la ciudad, Rivera logró encontrar el escaparate perfecto para que el pueblo apreciara sus obras, la ciudad misma. Así es como se comunicaba con el pueblo y le recordaba el sacrificio que este hiciese durante y antes de la revolución, sus héroes más destacados, su vasta y hermosa variedad de folklore popular.

También le decía que su realidad había que cambiarla, pues a pesar de haber luchado tanto, seguían siendo reprimidos por los poderosos de siempre, por ello, evocaba tanto las escenas revolucionarias y aquellas de las épocas coloniales, les recordaba que como pueblo, México había estado de rodillas por mucho tiempo, pero que la posibilidad de romper las cadenas y alzarse como gigante contra los tiranos, es tan real como el sol que nos ilumina.

"El levantamiento" 

Recientemente, tuve la oportunidad de observar las obras que Diego Rivera hiciese en Nueva York durante los años 30. Monumentales, hermosas y realmente expresivas de una época llena de sucesos violentos que sacudieron a la humanidad entera. Expresan la capacidad creadora que posee el más humilde de los obreros, a quienes Rivera reconoce como los constructores genuinos de una ciudad tan avanzada como lo sigue siendo Nueva York.


Sin embargo, al experimentar la alegría de estar en frente de una obra única, me percaté que me encontraba aislado, como entre cuatro paredes que no permiten el paso del más leve rayo de sol, sentí como si la protesta de Diego se encontrara encerrada, cautiva, presa.

Y me di cuenta que no éramos tan solo Diego y yo, que el pueblo mexicano está entre cuatro paredes también, que es necesario que el espíritu creador del pueblo se desate para despertarlo del letargo al cual es sometido; que hoy, más que nunca, México necesita artistas comprometidos con el pueblo, sensibles a su dolor, con mente desprejuiciada y ganas de hacer justicia al oprimido y despreciado. Creo que ese es el  gran legado que dejó Rivera en sus obras.