Por Hilda García/Liseo González.
“Sueño despierto y despierto
teniendo;
despierto soñando y me
levanto queriendo;
quiero soñar y me
despierto.”
Lidia
terminó de recoger sus cosas, se metió
en la cama y se dispuso a soñar. Antes de cerrar los ojos, destinó cinco
minutos a pensar (una práctica cotidiana). Pensó en lo que había hecho y en lo que
haría el siguiente día. Pasados esos minutos, el cuerpo sintió vencido y los
parpados pesados, estaba lista. Entonces, se aferró a la almohada cual naufrago
en el mar y se dispuso a navegar en un mar de sueños.
El cuarto
permaneció en silencio por un segundo, hasta que el leve tic tac del reloj lo inundó
todo. Enseguida, el ruido de los carros y la pesada lluvia le hicieron eco.
Todo se llenaba de un suave e incesantemente arrullo. De pronto, el silencio se
rompió. Lidia despertó y en un movimiento instintivo, miró hacia la ventana.
Tal vez soñaba con alguien y sintió que la esperaba, quizás la despertó la
lluvia que tanto la alegraba o simplemente algo la embargaba.
Caminó
hacia la ventana y recogió la cortina, se reclinó un momento y contempló la
noche y la lluvia.
Lidia era una
persona baja de estatura y muy sencilla, que le encantaba sonreír. Tenía
bastantes quehaceres, algunos poco comunes para alguien de su edad. Recordaba
como la vida le había exigido madurar deprisa y la infinidad de tropezones que
le había provocado.
Las noches
de su juventud habían sido y seguían siendo largas. No siempre lo fueron, pero por
lo general lo eran. Habían sido muchas las noches bajo la luz de las estrellas,
que la contemplaban y le sonreían esplendorosas viendo como sus horas nocturnas
se consumían. Ella disfrutaba las noches al ritmo de la música, al sonido de
las letras y al compás de las teclas de la computadora. Su mente reconocía aquel
ritmo, era como si el ritmo de las teclas le marcara el ritmo que debía seguir
para concluir su jornada.
También, recordaba
esas noches cuando el desvelo y el cansancio eran insoportables y no le permitían
continuar, ella entonces se tiraba sobre la cama y su cuerpo reposaba a la
deriva en un mar de sabanas y almohadas. Había noches menos afortunadas, en las que tenía
que luchar contra la resequedad de sus ojos, el pesado cansancio y continuar. Lo
bueno de esto, es que esa suerte floja que de cuando en cuando la seguía, le encontrada
alguna alma despierta que la acompañaba en sus desvelos, y así, con el calor de
esa lejana compañía, se le hacían las noches menos pesarosas.
Seguía recordando
todas esas noches, cuando a su mente vino el sueño del que tan aparatosamente
se despertó y por el cual se encontraba meditando frente a la ventana. Soñaba
que el sueño de su vida se le había presentado y que en un ataque de emoción se
lanzó tan estrepitosamente por él, que no pudo evitar un golpe frontal. Esto fue
lo que la despertó, ya que ella no quería un sueño fácil, sino que quería construirlo
y mantenerlo vivo. Ella quería construir su sueño y no alcanzarlo de un salto
que podría ser fatal. Por ahora, seguía frente a la ventana…sin dormir,
contemplando la lluvia y pensando en las futuras noches de desvelo.