17 ene 2012

Necesidad


I
 La gran masa
Por Dédalo de la Fuente

Eran las 5:30 de la mañana y el crepúsculo empezaba a desvanecerse, la temperatura era fría como aquella que logra enrojecer las mejillas y que cualquiera que no conociese al país  diría que se encuentra en tierras árticas.

-No pasa la combi –decía Michel con impaciencia- y vamos retrasados.
-Dicen en los noticieros que este frio se debe al calentamiento global – contestaba Alejandro con acento burlón-
-Mira allí viene después de 20 minutos de retraso ¿Por qué tendremos este mal transporte? Siempre llega tarde y vamos muy incomodos.
-¿Te quejas de la combi o del transporte? Sabes que esto no es nada, espera a que lleguemos a Pantitlan, si tomamos uno de los primeros cuatro trenes seremos afortunados y más a estas horas donde la gran masa de trabajadores se dirige a sus trabajos.
-Mira Alejandro, la verdad no creo que este tan acostumbrado como tú a esta rutina y quizás eso es lo que me desespera, pero entiéndeme, ahora me preocupa llegar tarde porque “El Barrigón” ya nos la sentenció.

El Sr. Domínguez  mejor conocido como “El Barrigón” (que más bien parecía tapón de corcho) era el dueño de la fábrica donde trabajaban Alejandro y Michel.

Alejandro era el clásico joven que deja un buen porvenir debido a las dificultades de la vida; empezó a  trabajar desde los 15 años, su padre, tras un accidente de construcción quedo inválido, de tal manera que  Alejandro no tuvo mas remedio que dejar la escuela y ponerse a trabajar para hacerse cargo de su hermana y sus padres. Michel, por otra parte (y contrario a su amigo), trabajaba más  por obligación que por necesidad; cierto día se fue a una de sus francachelas y ya ebrio logró convencer a su novia de tener relaciones sexuales, y para su desgracia la mujer quedó embarazada, obligándolo así a trabajar para el sustento de su nueva familia (mas que por su propia voluntad, fue porque los hermanos de la novia lo habían amenazado advirtiéndole con el puño en la cara que tenía que hacerse cargo de sus acciones).

En efecto, aquellos dos amigos iban demorados por más de una hora. Resignados con el triste frio de enero dieron marcha forzada para pasar desapercibidos a sus puestos de trabajo.
-¿Alguien puede explicarme que horas de llegar son estas? – Gritaba el Sr. Domínguez - ¡Es la tercera ocasión que llegan tarde en menos de una semana!
-Usted tiene que entender que el transporte en la ciudad es deficiente -respondía Alejandro saliendo a la defensiva- y que en gran parte no es nuestra culpa el llegar a destiempo.
- Eso dicen siempre, no es mi problema que vivan tan lejos, y podrán decir misa y poner mil y un pretextos pero están despedidos, prefiero perder a dos empleados que a perder dos horas de producción, así que regresen el fin de semana por su pago.
- Pero señor, creo que merecemos otra oportunidad –Michel con acento compungido respondía- además ¿Quién ocupará nuestros puestos?
-¡No quiero mas explicaciones! y por sus lugares ni se preocupen que allá afuera hay una enorme masa de desempleados que piden a gritos que alguien los contrate.

Resignados por aquella resolución de “El Barrigón”, salieron de aquella fábrica maldiciendo su suerte y pensando en una nueva manera de llevar el sustento a sus hogares.

Los rayos del sol habían terminado de bañar a la ciudad, el cielo se tornaba azul (algo inusual en las ciudades) y alguna que otra nube adornaba aquel esplendido día.

-Hemos llegado Alejandro–exclamó Michel- y creo que por esta zona encontraremos un buen empleo.
-¿De verdad lo crees? – preguntaba Alejandro un poco meditabundo- porque yo creo que deberíamos buscar en otra parte.
-Mira, desayunemos primero y después pensamos.
-Buena idea, bien dicen que las penas con pan son buenas.

Se acercaron a un modesto e improvisado puesto de tacos de guisado, y se dispusieron a desayunar. Michel, entusiasmado con su almuerzo no notaba que su amigo estaba meditabundo. Alejandro estaba absorto y extrañado de encontrar a la ciudad tan calmada y pacífica a esas horas del día, algo que para él era algo extraño, y con esta observación se quedó pensando, contemplando la tranquilidad del día.