Por
Dédalo de la Fuente
¿Recuerdas?
Caía el crepúsculo
y
el manto de la noche
comenzaba a cubrir el cielo
con las más destellantes estrellas de
marzo.
¡Era un día de felicidad!
Reunidos en aquella casa
festejábamos un aniversario más
de nuestro camarada.
La conversación era amena entre aquel
grupo nutrido,
yo, perdido en aquella alegría te mire
pasar,
caminabas desapercibida del brazo de
aquella dama de amplias miras.
Te mire fijamente y absorto por tu
belleza
logré desprender de tu rostro angelical
una dulce sonrisa.
Fue en ese preciso instante cuando
comprendí
que era más fácil pedirle al sol que
dejase de alumbrar,
o que yo aprisionase al viento que se
posa sobre tu piel,
porque era para mí imposible hacer de
lado ese sentimiento
que nacía en mí y que la humanidad ha
determinado llamar Amor.
La realidad se imponía ante mí.
Bastaron algunos días
para que nuestros inexpertos corazones
volvieran a encontrarse.
Conversábamos cosas que a esa edad los perspicaces
adultos
las reprochan por insignificantes,
pero ambos sabemos que fueron esas insignificantes
cosas
las que lograron convertirnos en
adultos.
En aquellos días solo necesitaba unos cuantos minutos
para mostrarte aquella pasión,
pues para nosotros, los amantes, basta el
más mínimo
tiempo para decir lo que no se dice en
un año.
¡Ahora el destino incierto nos ha
separado!
la necesidad nos obliga a estar lejos.
¡Y ahora que no te tengo!
bastan aquellos momentos que convivimos
juntos
para perfumar los días de tu ausencia,
solo eso me hace pensar que estarás a mi
lado,
y siento tu dulce mirada posarse sobre
la mía.
No me arrepiento de decir que la luz que
refleja el sol sobre el cielo,
o la conquista de un nuevo triunfo
son menos hermosos e intensos que el
brillo de tus ojos.
El calor del verano, ese rayo de sol,
no puede igualarse al suave rubor de tus
mejillas.
Por desventura solo recuerdos quedan…
¡Pero la realidad siempre fiel a sus
cambios, es testigo de este amor!
y sabe que en un futuro incierto
regresaré a aquella casa,
y veré caer el crepúsculo tiñendo de rojo esas áridas tierras.
¡Volveré a verte! Y posaré sobre ti una
mirada fija o hurtadillas,
quizás te saludaré de mano y me detenga
a oprimirla con más fuerza de lo común,
o simplemente te regale una sonrisa,
cualquier cosa bastará para que sepas en
el preciso instante que es:
una declaración de amor.