17 ene 2012

Una foto vieja y desgastada.



Por Hilda García

Pablo descendió del carro y al sentir el césped se sintió relajado. ¡Al fin estaba en casa! Caminó por el jardín y subió las escaleras. Llegó al cuarto y al abrir, el invierno de la temporada le dio la bienvenida. Estaba gélido. Todo estaba en silencio. La luna lo contemplaba a hurtadillas y sin prisa, mientras la oscuridad de la noche le indicaba la hora que era.

En cuanto entró, se dio cuenta de lo poco cambiado que estaba todo: el ropero, el buró, el mantel de la mesa, la cama, los libros, todo estaba intacto, aunque ciertamente, un poco más desgastado.

Se sentía fatigado y al tenderse en la cama echó un segundo vistazo a la recámara; al instante se percató de una foto que colgaba de la pared. Era una foto simple y vieja, nada de extraordinario tenía. En  la foto estaba un hombre de campo de abultado bigote, detrás de él, había una mujer sentada bajo la sombra de un árbol, con el cabello suelto y rodeada por un montón de escuincles. Aquel hombre viejo era su abuelo, del cual, lo único que sabía era su nombre: Don Lucio, pues nunca lo conoció. Al contemplar la foto por unos segundos, historias, memorias y recuerdos se apiñaron en su mente. 

Pablo recordaba que en la familia, cada quien tenía sus propias experiencias e historias sobre aquel hombre. En algunas coincidían, especialmente en dos, donde el final les dejó dos buenos “recuerdos”. Se decía que era un hombre de poca suerte. Ejemplo, es que había intentado todo a su alcance para sacar a su familia adelante, desde criar animales y sembrar el campo hasta andar de chofer, de albañil, etc., pero siempre sin buenos resultados. Incluso se contaba, que en un intento desesperado por hacer algo para la familia, se fue al norte con gran ilusión, ¡pero nada! No pudo cruzar la frontera y regresó sin un solo quinto. Decían que era un hombre modesto, que le bastaba lo mínimo para ser feliz, y aun así, pocas veces lo fue.

Las historias sobre sus amoríos, en cambio, no eran tan aviesas y  eran las más populares. Recordaba que le contaban, que Don Lucio era un seductor apurado, un hombre enamoradizo que conquistó a muchas mujeres, pero que ninguna lo satisfizo, o tal vez, ninguna quedó satisfecha por él, y así, siempre regresó con la primera. De todos sus enamoramientos, solo dos le dejaron “recuerdos”: uno llamado Felipe y otra llamada Juana.

En realidad, para Pablo, el nombre de Don Lucio no era nada más que eso, un nombre. En repetidas ocasiones trató de dibujárselo como él lo imaginaba,  pero nunca logró juntar al hombre serio y prudente de la foto y al infiel y aventurero de las historias. Por esa razón, el nombre de Don Lucio a nada le sabía.

Pero a pesar de no haberlo conocido, aquel hombre del cuadro (y gracias en gran parte a todas las historias), le inspiraba muchas cosas. Esa foto  guardaba tantas historias ¡La foto era toda una historia!

Ciertamente que Don Lucio era un caso interesante, divertido y muy vasto, pero Pablo quedaba más sorprendido por el temple de aquella mujer sentada frente al árbol y rodeada de escuincles; dándoles calor a todos por igual. Lamentablemente, de ella no había tantas historias.

Esa foto, en donde se mostraba la raíz de su familia, le permitió seguir teniendo un recuerdo vivo. Recuerdo conocido ahora por él y que seguiría siendo conocido; suerte que  las historias/anécdotas, tal vez no tendrán.

Por ahora, esta foto vieja y desgastada de un hombre de bigote abultado y sombrero de palma, acompañado de una mujer rodeada de escuincles, sigue siendo un recuerdo.