Por
Hilda García
Pablo
descendió del carro y al sentir el césped se sintió relajado. ¡Al fin estaba en
casa! Caminó por el jardín y subió las escaleras. Llegó al cuarto y al abrir, el
invierno de la temporada le dio la bienvenida. Estaba gélido. Todo estaba en
silencio. La luna lo contemplaba a hurtadillas y sin prisa, mientras la
oscuridad de la noche le indicaba la hora que era.
En cuanto
entró, se dio cuenta de lo poco cambiado que estaba todo: el ropero, el buró, el
mantel de la mesa, la cama, los libros, todo estaba intacto, aunque
ciertamente, un poco más desgastado.
Se sentía
fatigado y al tenderse en la cama echó un segundo vistazo a la recámara; al
instante se percató de una foto que colgaba de la pared. Era una foto simple y
vieja, nada de extraordinario tenía. En
la foto estaba un hombre de campo de abultado bigote, detrás de él,
había una mujer sentada bajo la sombra de un árbol, con el cabello suelto y
rodeada por un montón de escuincles. Aquel hombre viejo era su abuelo, del
cual, lo único que sabía era su nombre: Don Lucio, pues nunca lo conoció. Al
contemplar la foto por unos segundos, historias, memorias y recuerdos se
apiñaron en su mente.
Pablo
recordaba que en la familia, cada quien tenía sus propias experiencias e
historias sobre aquel hombre. En algunas coincidían, especialmente en dos,
donde el final les dejó dos buenos “recuerdos”. Se decía que era un hombre de
poca suerte. Ejemplo, es que había intentado todo a su alcance para sacar a su
familia adelante, desde criar animales y sembrar el campo hasta andar de
chofer, de albañil, etc., pero siempre sin buenos resultados. Incluso se
contaba, que en un intento desesperado por hacer algo para la familia, se fue
al norte con gran ilusión, ¡pero nada! No pudo cruzar la frontera y regresó sin
un solo quinto. Decían que era un hombre modesto, que le bastaba lo mínimo para
ser feliz, y aun así, pocas veces lo fue.
Las historias
sobre sus amoríos, en cambio, no eran tan aviesas y eran las más populares. Recordaba que le
contaban, que Don Lucio era un seductor apurado, un hombre enamoradizo que
conquistó a muchas mujeres, pero que ninguna lo satisfizo, o tal vez, ninguna
quedó satisfecha por él, y así, siempre regresó con la primera. De todos sus
enamoramientos, solo dos le dejaron “recuerdos”: uno llamado Felipe y otra
llamada Juana.
En realidad,
para Pablo, el nombre de Don Lucio no era nada más que eso, un nombre. En
repetidas ocasiones trató de dibujárselo como él lo imaginaba, pero nunca logró juntar al hombre serio y
prudente de la foto y al infiel y aventurero de las historias. Por esa razón,
el nombre de Don Lucio a nada le sabía.
Pero a pesar
de no haberlo conocido, aquel hombre del cuadro (y gracias en gran parte a
todas las historias), le inspiraba muchas cosas. Esa foto guardaba tantas historias ¡La foto era toda
una historia!
Ciertamente
que Don Lucio era un caso interesante, divertido y muy vasto, pero Pablo
quedaba más sorprendido por el temple de aquella mujer sentada frente al árbol
y rodeada de escuincles; dándoles calor a todos por igual. Lamentablemente, de
ella no había tantas historias.
Esa foto, en
donde se mostraba la raíz de su familia, le permitió seguir teniendo un
recuerdo vivo. Recuerdo conocido ahora por él y que seguiría siendo conocido;
suerte que las historias/anécdotas, tal
vez no tendrán.
Por ahora,
esta foto vieja y desgastada de un hombre de bigote abultado y sombrero de
palma, acompañado de una mujer rodeada de escuincles, sigue siendo un recuerdo.