Chünte'
Wiñik
La
noche era negra,
tan
negra como la tempestad que se avecinaba.
De
repente
se
oyeron los truenos que llegan desde el cielo
estremeciendo
vigorosamente la tierra.
De
la quietud, de los sueños y del silencio,
surgieron
repentinamente
gritos,
gemidos y voces clamorosas.
La
tempestad traía consigo
ráfagas
y truenos acompañados por la parca.
Se
abrieron las puertas de las sombrías cavernas
para
contener los dulces corazones
y
encadenar los brillantes pensamientos
que
alumbraban el camino de las masas.
Era
la flor de la juventud
la
que agonizaba
entre
la tormenta de ira desatada,
despedíanse
del mundo
cuando
apenas su mundo amanecía.
¡Oh juventud aguerrida!
Hoy
quiero recordar que tus restos han sido destruidos,
escondidos
y tomados cual trofeo de los carniceros.
Sin
rituales ni honores a los guerreros,
acompañados
con el silencio y la soledad,
sin
pronunciamientos en los medios, pues se mantuvo el silencio.
Más
quiero
que sepas que en los venideros tiempos
pisarás
de vuelta las calles de Tlatelolco,
pues
hoy, tus pensamientos inmortales
germinan
en los cerebros de tus hermanos,
conquistando
el corazón de estudiantes, obreros y campesinos
con
más brillos y coraje todavía.
Resurgiste
de la nada, para convertirte en gigante,
recorres
al país entero, bailando, cantando
y
declamando poesías para los que de ellas carecen,
gritando
a los cuatro vientos
la
llegada de nuevos y mejores tiempos.
Tus
pensamientos nunca mueren,
pues
tus hermanos de hoy,
luchamos
sin dar tregua alguna a los tiranos.
Temblaran
los manchados de tu sangre el día de tu regreso decisivo.
Cuando
tus ideales gobiernen las conciencias
con
una claridad cristalina,
despertando
la inquietud de los pueblos
levantando
y desafiando a sus verdugos.
Temblarán
los tiranos cuando avances,
cuando
los siglos de opresión a su fin se acerquen;
cuando
los pueblos levanten sus banderas,
embistiendo
a los enemigos del pueblo
con
tú ejército, nuestro ejército
que
a cada paso acrecienta
el
final de tus días de olvido
con
nuevos amaneceres de lucha.