Liseo
González
“…los
personajes se escapan de los libros y van a buscar al autor.” León Felipe
El reloj marcaba las doce y
cuarto, nada tarde para una buena cena. Doce y cuarto, hora en que las
grasientas luces de los puestos callejeros de comida se exhiben como
manantiales en este desierto nocturno. Manteles plásticos y banquillos es lo
que hay. En las mesas, los solitarios saleros resplandecen con su finísimo contenido.
Después de llenarse el estomago retoma la prudencia y reanuda el
camino a casa. Ya en el carro, el espejo con su detestable
reflejo exhibe un rostro exhausto y
ajetreado, el de Sebastián. Te ves bien, te ves mejor que ayer –se daba ánimos-.
Arrogancia y nada más. Enciende el motor y arranca…
…A ver, a
ver, esperen un momento, ¿este escritorcillo cree que puede hacerme como se le
de la gana? ¡Nah! Inocente, se esfuerza por sacarse todo de la cabeza, sin
saber que todo está alrededor. Las historias no se buscan o se crean, suceden y
ya, no hay nada que buscar.
Pobre
escritor, inocente. Quemándose la cabeza por una buena historia de amor.
Me levanta
temprano, me viste como se le da la gana, me mete entre callejuelas con
diáfanas luces, me enamora de cualquier linda mujer y después de mucho bla,
bla, bla ¡pum! Su historia de amor. Pero ¿en dónde quedo yo? ¿Entre el bullicio de enamorados? ¿En
una historia mal contada? ¿en una historia de amor?
Por si eso
no le bastara, me baña cuando quiere si es que quiere, me ilusiona, me deja
caer, me levanta, me tumba otra vez y me mata si se le da la gana. La idea es
hacerme apetecible para los demás, pero ¿y que hay de este desafortunado
servidor? ¿Qué hay de este personaje, hasta ahora sin voz?
¡Bah! Con
todo y mi arrogancia, pero esto se
acabó. De ahora en adelante quien busca soy yo. Tal vez no iré más allá de un
cuento, o peor aun, terminaré en un borrador entremezclado en un puñado de
papeles inútiles, no me importa, será lo que se escriba pero yo no termino esta
historia sin antes decirle sus verdades a este escritor.
Conste que
esto no es tristeza, ni rencor, mucho menos pesar, tal vez, un poco de rabia,
pero solo un poco y nada más. Es más bien una genuina reacción de esta tronchada
dignidad que ha sido pisoteada, aunada a una natural reacción de rebeldía que me
ha sido dada como mortal. Sea lo que sea, pero ésta rebeldía, repugnante para
muchos, no me deja en paz. Ahora si, mi querido escritor, ya puedes terminar tú
historia cuando quieras. Sabes que, no. Esta vez no serás tu quien ponga el
fin, seré yo. FIN.
Sinceramente:
Algún personaje de una historia mal contada.
(Aunque no le guste, le quiero agradecer a mi colega M. Domínguez, por tomarse el
tiempo para realizar la ilustración de esta historia. Muchas gracias.)