Liseo González
Marie-Thérèse (París, 1931) |
Un cuadro en blanco y negro que
encontré de una mujer anunciaba la exposición. Era de un pintor catalán y la de
aquella pintura era Marie-Thérèse (París, 1931), una de las enamoradas del
maestro. Debo decir que este primer encuentro fue algo casual y en lo más subterráneo
del tren de la ciudad, pero la exposición se anunciaba como una grandiosa
muestra: Picasso: Black and White.
Entre “No puedos” y “¡Claro, vamos!”, concreté con
unos amigos la visita al museo. Uno de ellos, fiel apasionado y temerario
continuador del estilo del pintor, nos dio una reseña de los tiempos de la
guerra civil española; de las tragedias en la adolescencia del pintor como la
de su mejor amigo Casagemas y nos fue contando etapa por etapa, desde el Rosa
hasta el Negro pasando por el Azul; y de mujer por mujer, desde Fernande
Oliver, Olga Koklova (su primera esposa), Marie Thérèse Walter, Jacqueline
Roque y hasta Françoise Gilot, entre demás amantes ocasionales del autor.
Nos explicaba que Pablo Ruiz Picasso
(1881-1973), había sido un pintor y escultor de los más importantes del siglo
XX. Nos dijo que había sido un artista polifacético: inventor de formas,
innovador de estilos y técnicas, artista gráfico y escultor; llegando a ser uno
de los creadores más prolíficos de toda la historia. Y nos comentaba que su
estilo parecía estar hecho a base de pequeños cubos, por lo que llegaron a
llamarle Cubismo. -Picasso, tan fiel a su arte y tan infiel a las mujeres- fue
una de las sentencias de la introducción. Nos lo explicaba como una rara
contradicción, mezcla de apasionado amor tanto por mujeres como por el arte.
Cabeza de caballo, 1937. |
Eran muchos datos como para recordarlos, así
que busqué entre mis cosas un pedazo de papel y algo con que escribir tratando
de hacerme de pistas para entender al autor más allá de las pinturas. Y sin
darme cuenta comencé a escribir una anécdota, esta. “Picasso fue así y no hay
que andar con rodeos”, nos enfatizaba nuestro amigo al referirse al erotismo de
algunas esculturas.
Después de la introducción, la emoción y las
ganas de oleos y bronces estaban caldeadas. El museo era majestuoso y la
estructura en especie de espiral nos pronosticaba un festín en ascenso.
Nuestro amigo, de estupenda memoria, ahora
hacia el papel de guía. El primer cuadro que vimos fue “Mujer planchando”, una
obra de 1904 y que pertenece a la época Azul de Picasso, y de la cual, recientemente
se anunció que está pintada encima de otro trabajo del mismo autor. Una
práctica que utilizó el pintor toda su vida, sobre todo en la época de las
vacas flacas.
Mujer planchando, 1904. |
Pudimos atestiguar y sentir el erotismo de esas
grandes narices y voluminosas caras de sus esculturas. Recorríamos los desnudos
de los modelos; sus guitarras y su cubismo. La miseria que no escapó a la mano del pintor quien en muchas
obras la dejó plasmada. Dejamos el espiral del primer piso y seguimos en el
segundo. Nuestros ojos estaban encantados. Este acercamiento era todo un éxito.
Y los lienzos seguían. Estábamos tan embebidos que hasta pasamos de largo una
pequeña exposición de arte moderno.
Pero como en toda tragedia lo mejor está al
final y aquí el espiral nos reservaba lo mejor para los pisos superiores:
Guernica y más obras nos aguardaba allá arriba. Seguimos subiendo. Ya estábamos
en el tercer piso todo iba perfecto. Para nada advertimos a ese traje con
corbata negra que se nos acercaba. No sabíamos la razón o su inquietud para
acercarse, hasta que estuvo cerca y nos soltó su sentencia nítida y fría: “I’m
sorry guys but the museum is closing in five minutes.“
No supimos que decir, no encontrábamos donde
guardar nuestras ganas y nuestro deseo de subir a los pisos que nos faltaban. Solo
acertamos a acercarnos al borde del piso
y suspirar siguiendo con la mirada el resto de las pinturas que, por lo menos
ese día, nos eran negadas. Era irremediable, nos teníamos que ir. Ni modo,
Picasso, I have to go.