Ricardo Flores Ríoblanco
El arte no puede ser cualquier cosa,
debe tener por esencia la realidad, lo material. Lo bello que crea el artista es, precisamente,
la forma de reflejar esa realidad, que hace que quienquiera que aprecie una
obra, reconozca el reflejo de su entorno, vea y sienta su realidad tal cual es,
sea esta bella o repugnante, expresada con sutileza,
belleza y delicadez por el artista.
Los pueblos de la tierra han sabido utilizar el
arte para expresarse, para comunicarse y entenderse; para contar su propia
historia y representarla de la manera más sutil y delicada, despertando así la
sensibilidad humana.
Los mejores artistas son aquellos que han
entendido que el arte proviene y es creado por el pueblo y han representado en
sus obras tanto la alegría del pueblo, así como su miseria, sus anhelos más
reprimidos y su sufrimiento a través de los siglos.
El arte es también protesta, descontento,
denuncia, enojo y rebelión del pueblo, que el artista expone en sus obras y que
como efecto, enciende a las mentes más despiertas, y cimbra a las más dormidas.
En este sentido, México ha tenido a grandes exponentes del arte de protesta,
el cual sin dejar de ser bello, refleja un sufrimiento humano ignorado por los
poderosos: la pobreza del pueblo.
Diego Rivera fue un grande que se entregó
al pueblo, sus obras
contienen escenas de descontento popular que todavía hacen temblar a los
poderosos; su vida, obra y lucha son testimonios del México postrevolucionario que cansado de las
guerras, la muerte y la opresión, se lanza al siglo confiado del triunfo -arrebatado
por la burguesía mexicana naciente-, que logró con su lucha.
Destacado por sus murales que aún se pueden
apreciar por diferentes zonas de la ciudad, Rivera logró encontrar el
escaparate perfecto para que el pueblo apreciara sus obras, la ciudad misma.
Así es como se comunicaba con el pueblo y le recordaba el sacrificio que este hiciese
durante y antes de la revolución, sus héroes más destacados, su vasta y hermosa
variedad de folklore popular.
También le decía que su realidad había que
cambiarla, pues a pesar de haber luchado tanto, seguían siendo reprimidos por
los poderosos de siempre, por ello, evocaba tanto las escenas revolucionarias y
aquellas de las épocas coloniales, les recordaba que como pueblo, México había
estado de rodillas por mucho tiempo, pero que la posibilidad de romper las
cadenas y alzarse como gigante contra los tiranos, es tan real como el sol que
nos ilumina.
"El levantamiento"
Recientemente, tuve la oportunidad de observar
las obras que Diego Rivera hiciese en Nueva York durante los años 30.
Monumentales, hermosas y realmente expresivas de una época llena de sucesos
violentos que sacudieron a la humanidad entera. Expresan la capacidad
creadora que posee el más humilde de los obreros, a quienes Rivera reconoce
como los constructores genuinos de una ciudad tan avanzada como lo sigue siendo
Nueva York.
Sin embargo, al experimentar la alegría de
estar en frente de una obra única, me percaté que me encontraba aislado, como
entre cuatro paredes que no permiten el paso del más leve rayo de sol, sentí
como si la protesta de Diego se encontrara encerrada, cautiva, presa.
Y me di cuenta que no éramos tan solo Diego y
yo, que el pueblo mexicano está entre cuatro paredes también, que es necesario
que el espíritu creador del pueblo se desate para despertarlo del letargo al
cual es sometido; que hoy, más que nunca, México necesita artistas
comprometidos con el pueblo, sensibles a su dolor, con mente desprejuiciada y
ganas de hacer justicia al oprimido y despreciado. Creo que ese es el gran legado
que dejó Rivera en sus obras.