Por
Ricardo Flores Ríoblanco
Los cinco Aros Olímpicos que representan la competencia deportiva y
sana entre los pueblos del mundo, así como la universalidad de los deportes,
han sido rentados por las más grandes marcas de productos que nada tienen que
ver con la salud, la nutrición o la fomentación del deporte entre los pueblos,
sino que buscan posicionarse entre los
primeros lugares de las marcas que figuran
como líderes en la industria en la que operan y destacan, precisamente por su
vocación de generar un alto valor económico a costa de la salud y explotación
de los lugares en los que operan, utilizando a los deportistas que son, al
final de cuentas, comercializados como un producto más.
El anfitrión,
Gran Bretaña, no está a salvo de la crisis europea, el país donde el sistema
capitalista logró desarrollarse gracias al avance y aplicación de máquinas que
lograron elevar la producción: la conocida revolución industrial; se encuentra
desde finales del año pasado en una recesión que ha obligado al gobierno a
realizar recortes al gasto público, dejando con ello a miles de desempleados
que laboraban en el sector público.
La cede de
los juegos olímpicos se determinó en el 2005, cuando la crisis no asomaba su
terrible rostro. Para 2008 Tessa Jowell, encargada de la preparación olímpica
en el anterior Gobierno británico, del laborista Gordon Brown, dijo que de
haber sabido de una eventual crisis económica mundial, “seguramente no nos
hubiéramos presentado como candidatos”. En contraste, el Comité Olímpico Internacional
(COI) garantizó que los Juegos 2012 podían ser un buen negocio y no sólo un
gasto, destacando el aumento de los ingresos por derechos de retransmisión y el
aporte de los grandes patrocinadores, así como la comercialización de
productos; los organizadores del evento deportivo más importante del mundo,
mostraban su verdadera concepción sobre el deporte: negocio lucrativo que se da
gracias al espectáculo de deportistas con un alto rendimiento.
Existe una
tensión social en gran parte de Europa por las medidas adoptadas por países
como Grecia y España en la misma Inglaterra que sigue experimentando rebeldía
estudiantil y obrera por los recortes, y muy a pesar de que los juegos den
trabajo a desempleados, estos serán de corto plazo, pues las olimpiadas son
pasajeras, es decir, la clase obrera del país (tan solo una parte), recibirá
migajas mientras las empresas patrocinadoras se llevarán la mayor tajada del
pastel, no solo eso, mientras a las mayorías se les aumentan los impuestos
sobre la renta, la comida, y productos útiles, el Comité Olímpico Internacional
(COI) ha declarado paraíso fiscal la
zona de las olimpiadas, eximiendo a todas las empresas de pagar impuesto alguno.
Las
olimpiadas se han vuelto un negocio, principalmente para las grandes cadenas
televisivas que se adueñan de los derechos de retransmisión, sumas millonarias
que en nada van a parar al desarrollo y fomentación del deporte en los países.
En nuestros tiempos se ha logrado perfeccionar la explotación de los
deportistas a tal grado que ellos ven en el deporte no una forma de expresión
humana que refleja salud, inteligencia,
organización, disciplina y fraternidad, sino como una forma de subsistencia
para alcanzar un mejor nivel de vida para ellos y sus familias, sus logros
deportivos se ven opacados por sus aspiraciones económicas, algo de lo que no
son culpables, sino víctimas de una sociedad donde todo lo que genere
ganancias, tiene un futuro y lugar en el mercado, siempre y cuando los gastos
sean mínimos y las ganancias sean máximas.
La euforia
que crean la competencias no se compara en nada al consumismo que se genera
entre los aficionados por vestir, comer y poseer artículos -algunos
innecesarios- que los deportistas más destacados lucen y comercializan; vemos a
grandes deportistas participando en campañas publicitarias que nada tienen que
ver con el deporte, desde automóviles hasta sodas con alto contenido en azúcar,
marcas de ropa deportiva, relojes, etc., todos tienen lugar, menos el deporte
en sí.
Mientras
Europa se hunde en una crisis cada vez más devastadora para la clase obrera,
las fiestas olímpicas en Londres crean una contradicción aun mayor, pues
mientras los gobiernos hablan de austeridad financiera, Gran Bretaña ha gastado
millonadas en infraestructura con dinero público, beneficiando a grandes
constructoras británicas, ha concedido la exclusividad a VISA para ser la única
tarjeta aceptada en los juegos, ha dado espacios alrededor de los estadios a
compañías para que promocionen gratuitamente sus productos, han privatizado
incluso la seguridad en los estadios, se han demolido barrios para construir
zonas residenciales de lujo para que adinerados puedan estar cerca de los
eventos y se han desplazado a miles de familias pobres para crear la llamada
“zona olímpica”.
El día de la
inauguración, no todo fue festividad, hubo protestas por parte de
organizaciones sociales que reclamaban los altos costos de las olimpiadas, los
bajos salarios de los trabajadores que trabajan en los juegos, las restricciones
en diversos puntos de la cuidad que afectaron a los taxistas, los altos costos
en las entradas de los juegos, y la violación al derecho de protesta pública en
cualquier punto de la ciudad, la respuesta del gobierno inglés, fue la
represión policiaca, oídos sordos y ojos ciegos.
No cabe duda
que la humanidad debe rescatar el deporte de las pocas manos que lo controlan;
la deshumanización en el deporte es la privatización del deporte, la
competencia entre los pueblos debe ser para crear más fraternidad y unión en
tiempos de lucha y crisis, un espíritu más combativo, más humano, pues ser más
rápido, más fuerte, más alto, es tan sólo una parte de lo que el deporte ofrece
al ser humano, pero no lo esencial.