7 mar 2013

Ignacio Ramírez "El Nigromante"


Dédalo de la Fuente

“No hay dios: los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”

Hablar de Ignacio Ramírez como de cualquier otro personaje histórico, sin duda alguna no es tarea fácil, debido a que solo se tienen biografías, relatos, mitos y alguno que otro comentario que ha pasado de generación en generación y que con el paso del tiempo, se vuelve oscuro y termina por mistificar a la persona en cuestión. Para ayudar a rescatar los valores históricos de nuestra nación, es menester de todo amante de la libertad, del culto a las letras y a la misma república,  hacer el más grande esfuerzo por transmitir los valores que aquellos grandes hombres dejaron para la posterioridad.

Originario de San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende), Guanajuato, vio luz por vez primera en aquel verano de días largos y noches cortas un 22 de junio de 1818. Sus padres, Don Lino Ramírez y Doña Sinforosa Calzada, ambos mestizos queretanos. Ignacio Ramírez fue educado desde su infancia con los ideales más puros que su padre le inculcara (Don Lino Ramírez, firme patriota y liberal valeroso, miembro del partido federalista desde su fundación y fiel apóstol de las ideas más avanzadas de la república), es por ello que “desde muy niño se sintió arrastrado por las tempestades políticas”.

Ignacio Ramírez
Ignacio Ramírez, fue un luchador tenaz de la reforma y precursor de la misma, a tal grado que podemos decir que fue el sublime destructor del pasado y el obrero de la revolución. Ramírez pues, es la continuación de un proceso revolucionario de su época y que lo colocan entre  los patriotas sin mancha, o mejor aún, un liberal desinteresado. Se batió  en combate, tanto en la prensa como en el campo de batalla contra poderosos enemigos  desde su juventud. Hombre ilustre en el campo de las ciencias (Matemáticas, Física, Química, Astronomía, Geografía, Anatomía, Fisiología, Historia natural, Jurisprudencia, Economía Política, Historia de México, Historia General, hasta la teología escolástica le era familiar) y de las bellas artes, apóstol del progreso, era, como solía decirse: el Voltaire de México.

Pero ¿Por qué es menester recordar y transmitir sus hazañas? Es menester recordar a  este personaje, pues fue quien rompió todas las reglas del pensamiento filosófico en América, con un razonamiento fundado en todas las ciencias exactas, y que puso de manifiesto lo inaudito hasta ese entonces, de que la materia es indestructible y en consecuencia eterna, llegando a la máxima conclusión: en este sistema puede suprimirse al dios creador y conservador: “No hay Dios; los seres de la Naturaleza se sostienen por sí mismos”.

Se inició en el periodismo en 1845, al fundar con Guillermo Prieto y Vicente Segura, la publicación periódica Don Simplicio, donde adoptó en nombre: El Nigromante. En el primer número de este periódico, Ramírez expone en un artículo que vendría a ser su credo político, el programa de toda su vida, intitulado: “A los Viejos”… ajando así las flores de la independencia, produciendo los frutos de la discordia y apagando las esperanzas del pueblo entre miseria y sangre. Renegó de la constitución de 1824 y la condena como ineficaz, llegando al planteamiento de la necesidad de proclamar una revolución completa, que abarcase desde lo económico, político, religioso y social, apelando a la mayoría del pueblo para realizarla. “En más de media docena de constituciones, que en menos de medio siglo hemos jurado y destruido, no veo sino infecundos sentimientos de libertad y corrompidas fuentes de ilustración, brotando bajo la luz y el fuego de la moderna filosofía en corazones monárquicos y en espíritus aristotélicos.

Pero ¿fue solo su perspicacia lo que hace trascendente a Ramírez? ¿Qué otras aportaciones dejó para la Nación? Sin duda alguna, Ramírez no solo fue un ilustre literato, sino también un buen orador, y un buen gobernante. Utilizó su oratoria en los diferentes cargos públicos que desempeñó (Ministro de Fomento, Educación, Justicia y Colonización con Benito Juárez; Secretario de Guerra y de Hacienda en el Estado de México con Francisco Modesto de Olaguíbel entre otros cargos de elección popular). Es necesario mencionar estos pasajes de su vida en funciones públicas ya que el pueblo tiene como obligación aprender y transmitir las hazañas del hombre que promovió  y ejecutó las leyes de reforma. Con las leyes de reforma exclaustró a los frailes y a las monjas, destruyendo de una vez por todas, aquel imperio monacal que tenía más de tres siglos. Reformó la ley de hipotecas y juzgados, hizo prácticas las leyes de independencia del Estado y de la Iglesia, reformó el plan de estudios, siendo el primero que destruyó la rutina del programa colonial, suprimió la Universidad y el Colegio de Abogados; retiró a los monjes del palacio de Puebla y lo donó al gobierno del Estado, acordó que la iglesia de la compañía se convirtiese en biblioteca y en sus torres se fundaran observatorios astronómicos y meteorológicos: en México ordenó la formación de la gran biblioteca nacional con la reunión de los libros de los antiguos conventos y la adquisición de nuevos; dotó ampliamente los gabinetes de la Escuela de Minas; formó con los cuadros de pintores mexicanos de aquella época una exquisita galería que se podía encontrar en la Escuela de Bellas-Artes, y renovó el contrato para la construcción del ferrocarril de Veracruz, entre otras tantas cosas más.

En 1874 su bien amada, a la cual quería con los más sublimes sentimientos, falleció. Fueron años duros para Ramírez y lo expresa en sus poesías donde le canta a su más bello Sol (como solía llamarle a su esposa).

“heme aquí, sordo, ciego, abandonado;
En la fragosa senda de la vida:
Apagóse el acento regalado

Que a los puros placeres me convida;
Apagóse mi sol; tiembla mi mano
En la mano del aire sostenida”.

El 15 de julio de 1879 muere Ignacio Ramírez. Dada la honestidad con la que manejó los cargos públicos y su amor al progreso, pasó sus últimos días en la miseria. Algunos de sus contemporáneos y uno que otro escritor a sueldo, trataron de interpretar su muerte hacia asuntos más personales de la vida de Ramírez, es cierto que la pena que embargó su alma causó gran congoja en su ser, pero no podemos deducir que murió de amor. Murió viejo y pobre, dejando el más grande legado para defender y transformar según sean las circunstancias de la nación y siempre en beneficio de los desheredados del campo y la ciudad. Por eso hoy podemos decir: Ramírez, el gran pensador del siglo XIX en México, necesita ser recordado por las presentes y futuras generaciones. Pero sobre todo y ante todo, México necesita a grandes luchadores como: El Nigromante.