7 mar 2013

LA EDUCACIÓN: ENTRE ESCILA Y CARIBDIS



Tomado del muro de Abel Pérez Zamorano

En diciembre pasado, el poder ejecutivo envió al Congreso una iniciativa de reforma en materia educativa, finalmente aprobada, y que fue publicada el 26 de febrero. Es público y notorio que tras esta nueva legislación está el reclamo de poderosos grupos empresariales; pero también han contribuido a ello la anarquía y los excesos del SNTE, que se ha apropiado de facto del sistema educativo, y del que sus líderes han venido medrando, con venta y herencia de plazas, o defendiendo a profesores que, por su escasa preparación o mal desempeño no debieran estar frente a grupo. Asimismo, una gran contribución ha hecho el sindicalismo “de izquierda” para crear el ambiente caótico que da pie a la nueva legislación. Veamos en detalle algunos aspectos de la misma.

En la Fracción III del Artículo Tercero puede leerse que: “ […] el ingreso al servicio docente y la promoción a cargos con funciones de dirección o de supervisión en la educación básica y media superior que imparta el Estado, se llevarán a cabo mediante concursos de oposición que garanticen la idoneidad de los conocimientos y capacidades que correspondan. La ley reglamentaria fijará los criterios, los términos y condiciones de la evaluación obligatoria para el ingreso, la promoción, el reconocimiento y la permanencia en el servicio profesional con pleno respeto a los derechos constitucionales de los trabajadores de la educación [...]”. Este ordenamiento no será aplicable a universidades e instituciones educativas que por ley gocen de autonomía. Asimismo, de acuerdo con la añadida Fracción IX: “[…] se crea el Sistema Nacional de Evaluación Educativa. La coordinación de dicho sistema estará a cargo del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación […]”. Como se trata aún de leyes de nivel general, es difícil adelantar conclusiones puntuales, pero algunas tendencias se vislumbran ya. Aunque antes de analizarlas, debe advertirse que dada la complejidad del problema educativo, estos cambios no representan en sí una reforma de “la educación”. En realidad se centran en las relaciones laborales y el desempeño docente.

Con el examen de oposición, la reforma se plantea eliminar vicios como la venta de plazas y la discrecionalidad en la contratación y el otorgamiento de cargos directivos, excesos en que ha incurrido el SNTE (y también otros sindicatos del sector educativo) durante años de anarquía. Pero sería muy peligroso que so pretexto de combatirlos se cayera en un esquema totalmente vertical, que otorgue poder omnímodo al Estado y margine a la sociedad de la toma de decisiones. Por otra parte, para combatir el multichambismo y lograr que los profesores asuman un mayor compromiso con su trabajo, se propone implantar escuelas de tiempo completo, que demandarán la presencia de docentes y alumnos todo el día. Eso está bien, pero a la par debieran atenderse las circunstancias económicas que propician el fenómeno, concretamente, los bajos salarios. Sólo como ejemplo, aunque con diferencias de un estado a otro y entre los dos sistemas, es normal que un profesor de primaria, de contrato, gane 3 mil pesos (al mes), sin generar antigüedad (y que dure en tal situación hasta diez años, o más); y está el caso de los jóvenes maestros que trabajan para el CONAFE, a cambio de un “apoyo” de $1,200. En general, el salario inicial de un profesor ya basificado es de aproximadamente cinco mil pesos. Y como es de esperarse, esta situación ha creado su contraparte: la anarquía en el desempeño escolar y los reclamos laborales, prohijada por grupos sindicales, como los de Oaxaca, guiados por una política antipopular que absolutiza los derechos laborales, y a la que nada importa dejar a los niños sin clases: en 2006 el paro magisterial duró desde mayo hasta noviembre. Igual ocurre a nivel universitario, donde los sindicatos paran las instituciones, sin considerar el daño causado a los estudiantes.

Con la nueva ley se pretende poner coto a esos excesos, haciendo depender la estabilidad laboral y los salarios de la evaluación, elevada ahora a rango constitucional; ya se verá en qué forma y medida; pero con todo lo positivo que ésta tiene, es legítimo el temor de muchos profesores al riesgo de simples actos de poder, al amparo de la ley, que los dejen en extrema vulnerabilidad junto con sus familias. Y hay lugar al temor, si se tiene en cuenta que las instituciones mexicanas, siempre sujetas a manipulación política, violentan cotidianamente el Estado de derecho. Además, la evaluación deja de lado la calidad de la enseñanza impartida en las escuelas normales, así como las condiciones materiales en que éstas operan, y que afectan decisivamente la formación académica de los maestros y, por tanto, sus posibilidades de aprobar el examen. Es un contrasentido que, si el Estado formó a los profesores y certificó su calidad, examen tras examen, año tras año, ahora, una vez concluidos sus estudios, todavía deba evaluar su capacidad para ingresar al servicio educativo. En buena lógica, si el profesor no aprueba el examen de ingreso, será el propio sistema el que resulte reprobado.

Aunque no se habla expresamente de privatizar la enseñanza, ello ha venido ocurriendo durante décadas, en la medida que las clases media y alta han creado un negocio, y a la vez sistema educativo propio donde educar a sus hijos, sin las deficiencias del público. Pero en este último, profesores y directores, obviamente con anuencia oficial y contraviniendo el precepto constitucional de gratuidad, han convertido en norma el pedir “cuotas” a los padres de familia, con cualquier pretexto, convirtiendo a las escuelas en negocios privados. Es preocupante, empero, que la nueva ley parece estar dando la pauta para que las escuelas resuelvan solas sus necesidades, como indica el Artículo Quinto transitorio: “Fortalecer la autonomía de gestión de las escuelas ante los órdenes de gobierno que corresponda con el objetivo de mejorar su infraestructura, comprar materiales educativos, resolver problemas de operación básicos y propiciar condiciones de participación para que alumnos, maestros y padres de familia, bajo el liderazgo del director, se involucren en la resolución de los retos que cada escuela enfrenta”. ¿Cómo entender tal ordenamiento? ¿Más libertad, o dejarlas en el desamparo?

Una última consideración. Es claro que una auténtica reforma que busque elevar la calidad educativa no puede ignorar los dañinos contenidos de los programas de la televisión, la maestra más influyente de México; y, lamentablemente, nada se dice hoy sobre la estulticia y los efectos idiotizantes de los reality shows y las telenovelas; de los programas que promueven violencia, ambición, frivolidad y un hedonismo estúpido. Y seguramente así seguirán las cosas, pues está de por medio el sacrosanto e intocable “sector privado”, no obstante que su mercancía daña la mente de todo el “sector social”. Tampoco se hace referencia alguna a la Internet, en sus aspectos negativos.

En fin, el sistema educativo se encuentra entre dos peligros; lo dicho, Escila y Caribdis: de una parte la anarquía y los abusos de un sindicalismo descompuesto (de izquierda y de derecha), y, de otra, el de un poder gubernamental absoluto, cobijado en la ley. De ahí la necesidad de normas que salvaguarden la disciplina y la calidad educativa, mas sin ignorar ni las necesidades de los profesores ni la imprescindible participación social en el quehacer educativo. Esperemos que las leyes reglamentarias logren ese indispensable equilibrio. Y finalmente, no olvidemos el verdadero fondo del asunto: la necesidad de formar profesores muy capacitados, humanistas y profundamente identificados con la labor educativa; mientras predomine entre ellos el simple espíritu economicista, la educación seguirá postrada, y México con ella.

México, D.F, a 5 de marzo de 2013