Chunte Wiñik
Y llegó la tarde,
hermosa como una
dama sonrosada.
La frescura del viento me acaricia el
rostro.
Su hermoso manto crepuscular me cubre,
mientras el sol se desvanece, me
abandona.
¿Cómo ser un palomo para llegar a lo
más alto
y así burlar los precipicios de los
edificios,
contemplar las estrellas que se
apoderan de las calles
y gritar desde la altura nebulosa:
las estrellas, las estrellas están en
la tierra?
Sobre el suave ondeo de la bandera
aparece una nube negra y fresca
cargada con el néctar que cubrirá la
tierra.
¡Qué hermosa es la tarde!
¿Cómo perpetuarla? ¡Ah! Es imposible y
se va.
El último rayito de luz también se
desvanece.
La oscuridad domina poco a poco.
Un relámpago silencioso aparece
trazando una línea en el cielo solitario.
Pues las estrellas, ¡las estrellas
están en la tierra!
Y se va la tarde.
Entonces me invade la nostalgia.
Mil cosas por mi pensamiento pasan.
Después, mi alegría vuelve.
Tarde, tarde: ¡te esperaré mañana!