Alma Rojas
La imagen de la mujer es un reflejo
de su estado emocional y este a su vez de las condiciones socioeconómicas en
las que sobrevive, y digo sobrevive, ya que en el caso de las habitantes de la
frontera esta es la única manera de calificar su existencia.
Una mujer que vive en las fronteras de México,
fronteras como: Juárez o Tijuana, es rápidamente víctima de las mezquinas
condiciones de vida que han creado las empresas trasnacionales que se han
instalado allí.
¿Cuántas veces las noticias no han mostrado a
niños y bebés amarrados a sus cunas y camas o encerrados en casa, porque sus
madres, único sustento de esas frágiles y pequeñas familias proletarias, tienen
que salir a trabajar? ¿Cuántas veces no escuchamos la noticia sobre el hallazgo
de un atadito de huesos, envuelto en una de esas batas que uniforman a las
obreras de las diferentes fábricas del clúster metalmecánico de Juárez y
Tijuana?
Pero no todas las mujeres viven del mismo modo,
las hijas del proletariado, en la mayoría de las ocasiones provenientes de
familias patriarcales y con arraigadas tendencias machistas, son educadas para
comenzar a venderse desde temprana edad como mercancía al mejor postor. ¿Por
qué? Bueno, pues porque simplemente en dichas familias las mujeres no tienen la
valía como para que se invierta en ellas un determinado capital para que
estudien.
Por otra parte, la mujer experimenta una
independencia sexual debido a su independencia económica, una independencia
sexual como nunca la ha sentido, pero dicha independencia es tan solo una
ilusión frívola, y consiste básicamente en decidir ser o no un objeto sexual
dentro de los lineamientos de la doble moral de la sociedad en que existe.
La mencionada independencia sexual, entonces,
es solo libertinaje que convierte a la fémina en un producto, un producto listo
para ser consumido y desechado. La desvalorización de la mujer como un ser
humano con dignidad y objeto de derecho, ha sido consecuencia de la operación
de los más escalofriantes crímenes desde sexuales, hasta asesinatos brutales.
La mujer se convierte también en su victimario
cuando decide conformarse con el ínfimo pago de la fábrica en la que labora, y
con las condiciones de injusticia laboral solo porque en su mente no es digna
de un buen trato. Las hijas del proletariado han sido sumergidas y ahogadas en
tendencias capitalistas de consumismo y de desvalorización de la justicia y la
dignidad.
¿Cuántas obreras e hijas de obreras y obreros
más, tendremos que ver plantadas como flores de algodón en los campos continuos
a las fábricas, solas, destrozadas, sin vida y sin alegría? ¿Hasta cuándo las
familias proletarias comprenderán que la única manera de detener los asesinatos
y mercadeo de sus hijas, es unirse con su clase social y no implorando justicia
al mismo sistema que sostiene los asesinatos?