4 abr 2013

El exterminio y mercadeo de las hijas del proletariado en la frontera.

Alma Rojas

La imagen de la mujer es un reflejo de su estado emocional y este a su vez de las condiciones socioeconómicas en las que sobrevive, y digo sobrevive, ya que en el caso de las habitantes de la frontera esta es la única manera de calificar su existencia.

Una mujer que vive en las fronteras de México, fronteras como: Juárez o Tijuana, es rápidamente víctima de las mezquinas condiciones de vida que han creado las empresas trasnacionales que se han instalado allí.

¿Cuántas veces las noticias no han mostrado a niños y bebés amarrados a sus cunas y camas o encerrados en casa, porque sus madres, único sustento de esas frágiles y pequeñas familias proletarias, tienen que salir a trabajar? ¿Cuántas veces no escuchamos la noticia sobre el hallazgo de un atadito de huesos, envuelto en una de esas batas que uniforman a las obreras de las diferentes fábricas del clúster metalmecánico de Juárez y Tijuana?

Pero no todas las mujeres viven del mismo modo, las hijas del proletariado, en la mayoría de las ocasiones provenientes de familias patriarcales y con arraigadas tendencias machistas, son educadas para comenzar a venderse desde temprana edad como mercancía al mejor postor. ¿Por qué? Bueno, pues porque simplemente en dichas familias las mujeres no tienen la valía como para que se invierta en ellas un determinado capital para que estudien.

Por otra parte, la mujer experimenta una independencia sexual debido a su independencia económica, una independencia sexual como nunca la ha sentido, pero dicha independencia es tan solo una ilusión frívola, y consiste básicamente en decidir ser o no un objeto sexual dentro de los lineamientos de la doble moral de la sociedad en que existe.

La mencionada independencia sexual, entonces, es solo libertinaje que convierte a la fémina en un producto, un producto listo para ser consumido y desechado. La desvalorización de la mujer como un ser humano con dignidad y objeto de derecho, ha sido consecuencia de la operación de los más escalofriantes crímenes desde sexuales, hasta asesinatos brutales.

La mujer se convierte también en su victimario cuando decide conformarse con el ínfimo pago de la fábrica en la que labora, y con las condiciones de injusticia laboral solo porque en su mente no es digna de un buen trato. Las hijas del proletariado han sido sumergidas y ahogadas en tendencias capitalistas de consumismo y de desvalorización de la justicia y la dignidad.

¿Cuántas obreras e hijas de obreras y obreros más, tendremos que ver plantadas como flores de algodón en los campos continuos a las fábricas, solas, destrozadas, sin vida y sin alegría? ¿Hasta cuándo las familias proletarias comprenderán que la única manera de detener los asesinatos y mercadeo de sus hijas, es unirse con su clase social y no implorando justicia al mismo sistema que sostiene los asesinatos?