7 ene 2012

Y nos veremos otra vez

Por Dédalo de la Fuente




¿Recuerdas?
Caía el crepúsculo
y  el manto de la noche
comenzaba a cubrir el cielo
con las más destellantes estrellas de marzo.

¡Era un día de felicidad!
Reunidos en aquella casa
festejábamos un aniversario más
de nuestro camarada.

La conversación era amena entre aquel grupo nutrido, 
yo, perdido en aquella alegría te mire pasar,
caminabas desapercibida del brazo de aquella dama de amplias miras.
Te mire fijamente y absorto por tu belleza
logré desprender de tu rostro angelical una dulce sonrisa.

Fue en ese preciso instante cuando comprendí
que era más fácil pedirle al sol que dejase de alumbrar,
o que yo aprisionase al viento que se posa sobre tu piel,
porque era para mí imposible hacer de lado ese sentimiento
que nacía en mí y que la humanidad ha determinado llamar Amor.

La realidad se imponía ante mí.
Bastaron algunos días
para que nuestros inexpertos corazones
volvieran a encontrarse.

Conversábamos cosas que a esa edad los perspicaces adultos
las reprochan por insignificantes,
pero ambos sabemos que fueron esas insignificantes cosas
las que lograron convertirnos en adultos.

En aquellos días  solo necesitaba unos cuantos minutos
para mostrarte aquella pasión,
pues para nosotros, los amantes, basta el más mínimo
tiempo para decir lo que no se dice en un año.

¡Ahora el destino incierto nos ha separado!
la necesidad nos obliga a estar lejos.
¡Y ahora que no te tengo!
bastan aquellos momentos que convivimos juntos
para perfumar los días de tu ausencia,
solo eso me hace pensar que estarás a mi lado,
y siento tu dulce mirada posarse sobre la mía.

No me arrepiento de decir que la luz que refleja el sol sobre el cielo,
o la conquista de un nuevo triunfo
son menos hermosos e intensos que el brillo de tus ojos.

El calor del verano, ese rayo de sol,
no puede igualarse al suave rubor de tus mejillas.

Por desventura solo recuerdos quedan…
¡Pero la realidad siempre fiel a sus cambios, es testigo de este amor!
y sabe que en un futuro incierto regresaré a aquella casa,
y veré caer el crepúsculo  tiñendo de rojo esas áridas tierras.

¡Volveré a verte! Y posaré sobre ti una mirada fija o hurtadillas,
quizás te saludaré de mano y me detenga a oprimirla con más fuerza de lo común,
o simplemente te regale una sonrisa,
cualquier cosa bastará para que sepas en el preciso instante que es:
una declaración de amor.