19 dic 2012

Diatriba contra un escritor

Liseo González

“…los personajes se escapan de los libros y van a buscar al autor.” León Felipe

                El reloj marcaba las doce y cuarto, nada tarde para una buena cena. Doce y cuarto, hora en que las grasientas luces de los puestos callejeros de comida se exhiben como manantiales en este desierto nocturno. Manteles plásticos y banquillos es lo que hay. En las mesas, los solitarios saleros resplandecen con su finísimo contenido. Después de llenarse el estomago retoma la prudencia y reanuda el camino a casa. Ya en el carro, el espejo con su detestable reflejo exhibe  un rostro exhausto y ajetreado, el de Sebastián. Te ves bien, te ves mejor que ayer –se daba ánimos-. Arrogancia y nada más. Enciende el motor y arranca…

…A ver, a ver, esperen un momento, ¿este escritorcillo cree que puede hacerme como se le de la gana? ¡Nah! Inocente, se esfuerza por sacarse todo de la cabeza, sin saber que todo está alrededor. Las historias no se buscan o se crean, suceden y ya, no hay nada que buscar.

Pobre escritor, inocente. Quemándose la cabeza por una buena historia de amor.

Me levanta temprano, me viste como se le da la gana, me mete entre callejuelas con diáfanas luces, me enamora de cualquier linda mujer y después de mucho bla, bla, bla ¡pum! Su historia de amor. Pero ¿en dónde  quedo yo? ¿Entre el bullicio de enamorados? ¿En una historia mal contada? ¿en una historia de amor?

Por si eso no le bastara, me baña cuando quiere si es que quiere, me ilusiona, me deja caer, me levanta, me tumba otra vez y me mata si se le da la gana. La idea es hacerme apetecible para los demás, pero ¿y que hay de este desafortunado servidor? ¿Qué hay de este personaje, hasta ahora sin voz?

¡Bah! Con todo y  mi arrogancia, pero esto se acabó. De ahora en adelante quien busca soy yo. Tal vez no iré más allá de un cuento, o peor aun, terminaré en un borrador entremezclado en un puñado de papeles inútiles, no me importa, será lo que se escriba pero yo no termino esta historia sin antes decirle sus verdades a este escritor.

Conste que esto no es tristeza, ni rencor, mucho menos pesar, tal vez, un poco de rabia, pero solo un poco y nada más. Es más bien una genuina reacción de esta tronchada dignidad que ha sido pisoteada, aunada a una natural reacción de rebeldía que me ha sido dada como mortal. Sea lo que sea, pero ésta rebeldía, repugnante para muchos, no me deja en paz. Ahora si, mi querido escritor, ya puedes terminar tú historia cuando quieras. Sabes que, no. Esta vez no serás tu quien ponga el fin, seré yo. FIN.

Sinceramente: Algún personaje de una historia mal contada.


(Aunque no le guste, le quiero agradecer a mi colega M. Domínguez, por tomarse el tiempo para realizar la ilustración de esta historia. Muchas gracias.)