20 dic 2012

Picasso, I have to go.

Liseo González

Marie-Thérèse (París, 1931)
Un cuadro en blanco y negro que encontré de una mujer anunciaba la exposición. Era de un pintor catalán y la de aquella pintura era Marie-Thérèse (París, 1931), una de las enamoradas del maestro. Debo decir que este primer encuentro fue algo casual y en lo más subterráneo del tren de la ciudad, pero la exposición se anunciaba como una grandiosa muestra: Picasso: Black and White.

Entre “No puedos” y “¡Claro, vamos!”, concreté con unos amigos la visita al museo. Uno de ellos, fiel apasionado y temerario continuador del estilo del pintor, nos dio una reseña de los tiempos de la guerra civil española; de las tragedias en la adolescencia del pintor como la de su mejor amigo Casagemas y nos fue contando etapa por etapa, desde el Rosa hasta el Negro pasando por el Azul; y de mujer por mujer, desde Fernande Oliver, Olga Koklova (su primera esposa), Marie Thérèse Walter, Jacqueline Roque y hasta Françoise Gilot, entre demás amantes ocasionales del autor.

Nos explicaba que Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), había sido un pintor y escultor de los más importantes del siglo XX. Nos dijo que había sido un artista polifacético: inventor de formas, innovador de estilos y técnicas, artista gráfico y escultor; llegando a ser uno de los creadores más prolíficos de toda la historia. Y nos comentaba que su estilo parecía estar hecho a base de pequeños cubos, por lo que llegaron a llamarle Cubismo. -Picasso, tan fiel a su arte y tan infiel a las mujeres- fue una de las sentencias de la introducción. Nos lo explicaba como una rara contradicción, mezcla de apasionado amor tanto por mujeres como por el arte.

Cabeza de caballo, 1937.
Eran muchos datos como para recordarlos, así que busqué entre mis cosas un pedazo de papel y algo con que escribir tratando de hacerme de pistas para entender al autor más allá de las pinturas. Y sin darme cuenta comencé a escribir una anécdota, esta. “Picasso fue así y no hay que andar con rodeos”, nos enfatizaba nuestro amigo al referirse al erotismo de algunas esculturas.

Después de la introducción, la emoción y las ganas de oleos y bronces estaban caldeadas. El museo era majestuoso y la estructura en especie de espiral nos pronosticaba un festín en ascenso.

Nuestro amigo, de estupenda memoria, ahora hacia el papel de guía. El primer cuadro que vimos fue “Mujer planchando”, una obra de 1904 y que pertenece a la época Azul de Picasso, y de la cual, recientemente se anunció que está pintada encima de otro trabajo del mismo autor. Una práctica que utilizó el pintor toda su vida, sobre todo en la época de las vacas flacas.

Mujer planchando, 1904.
Pudimos atestiguar y sentir el erotismo de esas grandes narices y voluminosas caras de sus esculturas. Recorríamos los desnudos de los modelos; sus guitarras y su cubismo. La miseria que  no escapó a la mano del pintor quien en muchas obras la dejó plasmada. Dejamos el espiral del primer piso y seguimos en el segundo. Nuestros ojos estaban encantados. Este acercamiento era todo un éxito. Y los lienzos seguían. Estábamos tan embebidos que hasta pasamos de largo una pequeña exposición de arte moderno.

Pero como en toda tragedia lo mejor está al final y aquí el espiral nos reservaba lo mejor para los pisos superiores: Guernica y más obras nos aguardaba allá arriba. Seguimos subiendo. Ya estábamos en el tercer piso todo iba perfecto. Para nada advertimos a ese traje con corbata negra que se nos acercaba. No sabíamos la razón o su inquietud para acercarse, hasta que estuvo cerca y nos soltó su sentencia nítida y fría: “I’m sorry guys but the museum is closing in five minutes.“

No supimos que decir, no encontrábamos donde guardar nuestras ganas y nuestro deseo de subir a los pisos que nos faltaban. Solo  acertamos a acercarnos al borde del piso y suspirar siguiendo con la mirada el resto de las pinturas que, por lo menos ese día, nos eran negadas. Era irremediable, nos teníamos que ir. Ni modo, Picasso, I have to go.