Tomado del muro de Omar Carreón Abud
Si en México existen casi ocho
millones de jóvenes que no pueden estudiar ni trabajar y si –salvo raras
excepciones- los niveles de conocimiento que adquieren los que llegan a la
educación superior, son insignificantes, no hay que averiguar mucho para saber
de qué sectores de la población salieron los que protagonizaron los graves
actos de vandalismo y destrucción el día que Enrique Peña Nieto protestó el
cargo de Presidente de la República en la Cámara de Diputados. Los jóvenes y
los adultos que participaron en los hechos son producto, son hechura del
sistema, son consecuencia de la desocupación y de la educación simulada, así de
que bien harían, quienes ahora se rasgan las vestiduras y los condenan, en
comportarse con un poco de mesura.
El origen social de los autores materiales de
los sucesos y su instrucción académica y política no significa, ni mucho menos,
que hayan actuado de manera espontánea, al contrario, precisamente por eso,
debe considerarse que alguien con poder y con dinero los organizó, los
adiestro, los armó y financió para que llevaran a cabo el operativo. Los hechos
fueron, pues, resultado de una decisión política y tenían propósitos políticos
muy claros: lanzar al país y al mundo entero el mensaje de que hay una enorme
indignación social por la llegada de Enrique Peña Nieto a la presidencia de la
república.
Pero, ¿qué se pretende con desprestigiar a Peña
Nieto? En el plano internacional, se quiere presentarlo como un presidente
débil, muy cuestionado y con muchos y muy furiosos enemigos. Pero en la época
de la enconada competencia por la exportación de capitales hacia los países
“emergentes” como México, ¿a quién beneficia presentar ante el mundo a un
presidente cómo un representante débil? Al imperialismo. No beneficia, ni a las
clases poderosas autóctonas que aspiran a una negociación favorable a ellas en
la instalación de los capitales extranjeros, ni a las clases populares a las
que tampoco podría defender con eficiencia un presidente débil que se lo
propusiera. Luego entonces, me permito presumir que quienes fraguaron los actos
de violencia el día de la toma de posesión del nuevo presidente, queriéndolo o
no queriéndolo, sabiéndolo o no sabiéndolo, le hicieron el juego a los
intereses imperiales. Eso, por lo que respecta al plano internacional.
Y en el ámbito interno ¿que esperaban de la
impresión de debilidad presidencial? Esperaban una posibilidad de tomar el poder
y usarlo para sus intereses particulares. En realidad, no sólo esperaban
generar una impresión de debilidad, esperaban abrir importantes frentes de
ataque para embestir con mayor enjundia: recuérdese que no solamente estallaron
los disturbios, sino que, llegado un cierto momento, Ricardo Monreal anunció en
tono triunfal en la tribuna de la Cámara de Diputados, que ya había un muerto,
“el primer muerto del nuevo régimen”; no obstante, la importante conquista para
la agitación muy pronto se volvió humo pues el muerto nunca existió.
La táctica de la violencia callejera ejercida
por ciertos grupos ya va siendo conocida, un guión que se repite. Salen,
provocan a la policía, le avientan piedras y palos, le arrojan fuego con
estopas encendidas o bombas y arremeten contra el mobiliario urbano y la
propiedad privada buscando una reacción violenta, un muerto que permita ahondar
y ampliar la agitación; en caso de que no haya tal muerto, hay detenidos
“aunque sea” y la “lucha” continúa por la liberación de los detenidos y luego
por la limpieza de los expedientes de los detenidos ya liberados. Llama la
atención en este caso, como en otros similares, que los autores materiales
nunca sean identificados plenamente con nombres y apellidos, que, aún
encarcelados, sigan enmascarados y en el anonimato, que no se identifiquen
líderes, no haya nombres ni apellidos, ni escuelas ni centros de trabajo ni
colonias, ni nada, el público está ante un colectivo anónimo sin estructura y
llama, por supuesto, también la atención que, como complemento, aunque el señor
procurador del DF declara que hubo autores intelectuales, no atina a
identificarlos ni procede a detenerlos.
Las viejas teorías políticas que consideran que
las actividades llamativas de grupos pequeños o relativamente pequeños que se
enfrentan a “los cuerpos represivos” con el fin de que su arrojo estimule la
indignación y, por tanto, la actividad de las grandes masas, hace ya mucho
tiempo que demostraron su completo fracaso. Se trata ahora de un refrito de la
vieja táctica del hostigamiento constante del “enemigo” mediante escaramuzas
audaces y espectaculares, ya no por un pequeño comando, como en la teoría del
foco, sino mediante las acciones de grupos más numerosos que simulan acciones
de masas insurrectas. Uno de los más grandes teóricos de la política que ha
existido, hace ya un siglo que afirmó que si los obreros, las clases pobres no
se indignan y protestan por su deplorable situación personal y las de sus
familias, menos se van a conmover porque un grupo de gentes se enfrente con la
policía o el ejército. En fin, estos choques no sirven para estimular la
actividad revolucionaria de las masas, ¿para qué sí sirven entonces? Para
aumentar la posibilidad de que una minoría tome el poder mediante un putsch.
Todo ello sin tomar en cuenta el grave daño que le hacen a la auténtica lucha
de masas por reivindicaciones, llenando de argumentos la boca de los
sicofantes, de los enemigos descarados del derecho constitucional a la
manifestación pública, es decir, queriéndolo o no queriéndolo, sabiéndolo o no
sabiéndolo, le hacen el juego a la derecha cavernaria enemiga de la lucha
popular.
Estas maniobras, reputadas como de la
“izquierda radical” y, por tanto, supuestamente revolucionarias son, en
realidad, acciones de minorías impacientes que desprecian y se apartan de la
educación y la concientización de las masas, tanto para que participen en un
cambio social lo más pacífico y ordenado posible, como para que hagan viable la
construcción de una nueva sociedad. “Explicar pacientemente” es para sus
instigadores veneno puro, el peligro de que una masa educada y clara, con un
liderazgo consecuente, honrado, eficaz y que las dirija personalmente y no
desde la sombra, los saque de la escena. Por eso privilegian los actos
espectaculares, los actos vandálicos de violencia, porque así impulsan sus
ansias personales de poder, son, pues, enemigos de la revolución social.
Morelia, Mich., a 4 de diciembre de 2012