6 dic 2012

Una raza castigada y despreciada.


Ricardo Flores Ríoblanco

Foto de archivo del Gobernador.
                                     El Gobernador de Chihuahua César Horacio Duarte Jaquez negó que existiese un rezago en las comunidades indígenas tarahumaras en Chihuahua como lo reporta la ONU en su informe titulado “Desarrollo Humano de los Pueblos Indígenas en México”, de principios de 2012. Anteriormente negó que hubiese suicidios colectivos realizados por madres desesperadas por no tener que darles de comer a sus hijos, afirmando que existía un programa de integración que aliviaba y auxiliaba a dichas comunidades. Pero recientes y a la vez alarmantes noticias de aquella región, provocan serias dudas sobre la situación actual de los indígenas. Se sabe que el gobierno duartista no ha logrado abatir el rezago educativo en las comunidades indígenas, pues, de acuerdo a los estudios recientes, menos del 50% de la población femenina indígena en el estado, ha logrado cursar algún tipo de estudio, dejando de ser analfabetas pero, sin llegar a terminar siquiera la primaria.  La taza de mortalidad infantil es del 43%, pues, en un 90% de las comunidades se carece de infraestructura básica, centros de salud, alumbrado, rutas de acceso, etc., al mismo tiempo, el 60% de estas comunidades carecen de agua potable y drenaje, no se diga de las míseras condiciones de vida que en el hogar padecen.  

De acuerdo a la declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 13 de septiembre de 2007, se afirma que los pueblos indígenas deben estar libres de toda discriminación y se establecen el derecho a la autodeterminación, el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales, así como el derecho a participar en la vida política, económica y social de la comunidad en la que viven.

En ese sentido, el Gobierno del Estado ha cumplido pobremente con las recomendaciones de la asamblea, dejando a las comunidades tarahumaras en un abandono palpable. Recientemente se dio a conocer que al menos 17 comunidades de los municipios serranos de Guachochi, Morelos y Batopilas se encuentran bajo control de narcotraficantes, los cuales explotan a los pobladores y no permiten el ingreso de los profesores rurales para que los niños reciban educación.     

También se dio a conocer sobre el indignante proceso judicial de Graciela Mancinas Motochi, quien mató a su pareja sentimental, hecho por el cual no tan solo fue linchada mediáticamente llamándola asesina, sin antes hacer una investigación sobre el porqué de sus acciones. La sociedad y sus métodos “civilizados” de justicia también causaron daños a la indígena de 23 años que bajó de la sierra, con la esperanza de traerse a su hijo a la zona urbana.

El proceso judicial llevado en contra de Graciela Mancinas, atropelló no tan sólo sus derechos constitucionales, sino los internacionales. Careció desde el primer momento de traductor, no se realizaron estudios médicos para buscar indicios de violencia que pudieran haber llevado a la mujer a cometer el acto, es decir, no se analizó su caso detenidamente. Fue cuando un representante de los derechos humanos intervino y sus derechos internacionales fueron reconocidos, se le realizaron estudios médicos que concluyeron que Graciela fue abusada por su pareja sentimental, maltratada y obligada a limosnear, todo por su condición vulnerable en una ciudad donde autoridades parecen no contar con mecanizamos para la protección de los indígenas. 

Graciela Mancinas Motochi
La historia va más halla de lo absurdo, aun concediéndose la libertad condicional una vez corroborada su vulnerabilidad, se le quitó su derecho a la libertad, encerrándola en el cerezo Aquiles Serdán. De nada valieron las denuncias y reclamos  del  presidente de la Comisión de Derechos Humanos en el estado, Doctor Raúl Plascencia Villanueva.

Chihuahua vuelve  a ser como en los tiempos pasados, foco de injusticia e ingobernabilidad. La pobreza azota a los más desprotegidos, y la justicia castiga su ignorancia privándolos de sus derechos a una vida digna  incluyente.
  
¿Cuántos ríos de tibias lágrimas encierran los duros ojos de nuestra raza?
¿Cuántos amaneceres han perdido tan dulces ojos?
Me hago diminuto y lloro a su lado, pero sus rudas espaldas tan majestuosas al alba, dobladas por la carga, no sienten ni saben que yo he sufrido con ellas, mas mis lágrimas pagan por el sentimiento que brota.
¡No es fría sentimentalesa ni vulgar hipocresía! Es lo que más quema y desgarra de mi propia entraña y sangre.
Y debo, ante el sufrimiento, hacer caso a mis dolores, pues, aunque éstos florecen en rosas que resaltan en todo un jardín como las más opacas y tristes, las cuales al ser acariciadas ofrecen dulces o amargas gotas de miel.
Recuerdo y siento el dolor ajeno, algo que el tiempo me ha enseñado a  expresar como parte mía, lo expreso con pluma en mano, ¡y emprendo!