Ricardo
Flores Ríoblanco
Foto de archivo del Gobernador. |
El
Gobernador de Chihuahua César Horacio Duarte Jaquez negó que existiese un
rezago en las comunidades indígenas tarahumaras en Chihuahua como lo reporta la
ONU en su informe titulado “Desarrollo Humano de los Pueblos Indígenas en
México”, de principios de 2012. Anteriormente negó que hubiese suicidios
colectivos realizados por madres desesperadas por no tener que darles de comer
a sus hijos, afirmando que existía un programa de integración que aliviaba y
auxiliaba a dichas comunidades. Pero recientes y a la vez alarmantes noticias
de aquella región, provocan serias dudas sobre la situación actual de los
indígenas. Se sabe que el gobierno duartista no ha logrado abatir el rezago
educativo en las comunidades indígenas, pues, de acuerdo a los estudios
recientes, menos del 50% de la población femenina indígena en el estado, ha
logrado cursar algún tipo de estudio, dejando de ser analfabetas pero, sin
llegar a terminar siquiera la primaria.
La taza de mortalidad infantil es del 43%, pues, en un 90% de las
comunidades se carece de infraestructura básica, centros de salud, alumbrado,
rutas de acceso, etc., al mismo tiempo, el 60% de estas comunidades carecen de
agua potable y drenaje, no se diga de las míseras condiciones de vida que en el
hogar padecen.
De acuerdo a la declaración de las Naciones Unidas sobre los
Derechos de los Pueblos Indígenas, adoptada por la Asamblea General de las
Naciones Unidas el 13 de septiembre de 2007, se afirma que los pueblos
indígenas deben estar libres de toda discriminación y se establecen el derecho
a la autodeterminación, el respeto a los derechos humanos y las libertades
fundamentales, así como el derecho a participar en la vida política, económica
y social de la comunidad en la que viven.
En ese sentido, el Gobierno del Estado ha cumplido pobremente con
las recomendaciones de la asamblea, dejando a las comunidades tarahumaras en un
abandono palpable. Recientemente se dio a conocer que al menos 17 comunidades de
los municipios serranos de Guachochi, Morelos y Batopilas se encuentran bajo
control de narcotraficantes, los cuales explotan a los pobladores y no permiten
el ingreso de los profesores rurales para que los niños reciban educación.
También se dio a
conocer sobre el indignante proceso judicial de Graciela Mancinas Motochi,
quien mató a su pareja sentimental, hecho por el cual no tan solo fue linchada
mediáticamente llamándola asesina, sin antes hacer una investigación sobre el porqué
de sus acciones. La sociedad y sus métodos “civilizados” de justicia también
causaron daños a la indígena de 23 años que bajó de la sierra, con la esperanza
de traerse a su hijo a la zona urbana.
El proceso
judicial llevado en contra de Graciela Mancinas, atropelló no tan sólo sus
derechos constitucionales, sino los internacionales. Careció desde el primer
momento de traductor, no se realizaron estudios médicos para buscar indicios de
violencia que pudieran haber llevado a la mujer a cometer el acto, es decir, no
se analizó su caso detenidamente. Fue cuando un representante de los derechos
humanos intervino y sus derechos internacionales fueron reconocidos, se le
realizaron estudios médicos que concluyeron que Graciela fue abusada por su
pareja sentimental, maltratada y obligada a limosnear, todo por su condición
vulnerable en una ciudad donde autoridades parecen no contar con mecanizamos
para la protección de los indígenas.
Graciela Mancinas Motochi |
La historia va
más halla de lo absurdo, aun concediéndose la libertad condicional una vez
corroborada su vulnerabilidad, se le quitó su derecho a la libertad,
encerrándola en el cerezo Aquiles Serdán. De nada valieron las denuncias y
reclamos del presidente de la Comisión de Derechos Humanos
en el estado, Doctor Raúl Plascencia Villanueva.
Chihuahua
vuelve a ser como en los tiempos
pasados, foco de injusticia e ingobernabilidad. La pobreza azota a los más
desprotegidos, y la justicia castiga su ignorancia privándolos de sus derechos
a una vida digna incluyente.
¿Cuántos ríos de tibias
lágrimas encierran los duros ojos de nuestra raza?
¿Cuántos amaneceres han
perdido tan dulces ojos?
Me hago diminuto y lloro a
su lado, pero sus rudas espaldas tan majestuosas al alba, dobladas por la
carga, no sienten ni saben que yo he sufrido con ellas, mas mis lágrimas pagan
por el sentimiento que brota.
¡No es fría sentimentalesa
ni vulgar hipocresía! Es lo que más quema y desgarra de mi propia entraña y
sangre.
Y debo, ante el
sufrimiento, hacer caso a mis dolores, pues, aunque éstos florecen en rosas que
resaltan en todo un jardín como las más opacas y tristes, las cuales al ser
acariciadas ofrecen dulces o amargas gotas de miel.
Recuerdo y siento el dolor
ajeno, algo que el tiempo me ha enseñado a
expresar como parte mía, lo expreso con pluma en mano, ¡y emprendo!