(Tomado del muro de Abel Pérez Zamorano)
Información es poder y, en su
defecto, confusión e incapacidad para resolver problemas. En lo que hace a la
información gubernamental, para que sea útil a la ciudadanía y aplicable a la
toma de decisiones, debe ser oportuna y relevante; también veraz y verificable
mediante una metodología consistente, y basada en sólida evidencia; debe ser
gratuita, de fácil acceso al pueblo y no privilegio de élites. La información
de calidad es condición para una genuina democracia, pues un pueblo
desinformado está incapacitado para comprender su realidad y tomar decisiones
correctas (no se puede transformar positivamente aquello que se desconoce); en
suma, es fundamental para la educación política del pueblo. Pero éste es sólo
el deber ser, porque el ser va por otro lado, como se ve por lo que sigue.
Primero, el 11 de diciembre, el titular del
Inegi, Eduardo Sojo, informó que: “De acuerdo con una nueva medición del
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), al tercer trimestre del
año había 29.3 millones de trabajadores informales, más del doble de los
calculados anteriormente… La última medición del Inegi, en septiembre, con la
metodología tradicional, arrojó que en el país había 14.2 millones de personas
en la informalidad, esto es, 15.1 millones menos de las que se reportan ahora…”
(Reforma, 12 de diciembre). En pocas palabras, un buen día nos despertamos con
aquello de que “disculpe usted”, pero los ocupados en la informalidad son en realidad
el doble del número que le habíamos dicho.
Segundo, durante cinco años del sexenio
anterior el gobierno publicó estadísticas sobre muertes en la malhadada guerra
de Felipe Calderón: la cifra llegó a 30 mil; sospechosamente, el sistema “se
cayó”, y poco a poco dejó de fluir información o ésta fue volviéndose cada vez
más confusa, para, al final de cuentas, quedar todo en agua de borrajas.
¿Cuántos fueron realmente? Como dice el tango: Dios sólo sabrá. Lo interesante
es que el 27 de noviembre, el Centro de Análisis de Políticas Públicas México
Evalúa, publicó un estudio según el cual el número de muertos ascendía a 101
mil 199, o sea, 3.4 veces más que la cifra oficial. A decir del organismo, su
metodología se basó en el uso de documentos oficiales de las agencias del
ministerio público de las procuradurías estatales, datos del Secretariado
Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, y actas de defunción que
registra el INEGI. Si el cálculo es equivocado o correcto, quién sabe; lo
cierto es que ninguna dependencia gubernamental presentó datos duros para
desmentirlo.
Tercero, en los días que corren, la SEP y el
Inegi organizan un censo para conocer la matrícula en las escuelas y el número
de profesores que en ellas laboran. Y es que el gobierno federal ¡no sabe
cuántos alumnos y maestros hay! ¿Y entonces, la cifra que se nos ha dado, desde
25 millones hasta llegar a los supuestos 35.09 millones actuales, es falsa? La
verdad es que durante los dos sexenios anteriores hubo ocultamiento. Cuarto, en
materia laboral se dice que la tasa de desempleo es de 4.8 por ciento; pero,
¿qué tanto es eso contra el 25.8 por ciento en España y 25 en Grecia? Una
bicoca. Muy abajo del 8 por ciento en Estados Unidos o el 11.6 en Europa, pero
no porque nuestra economía esté muy bien, sino que la cifra de desempleo es
falsa, por el algoritmo aplicado para calcularla. En fin, recordará también,
querido lector, que el Coneval ha sido acusado de manera recurrente por
académicos de renombre (entre ellos Julio Boltvinik), de minimizar la magnitud
de la pobreza, mediante la aplicación de metodologías sesgadas.
Los ejemplos anteriores, y muchos más que
podríamos citar, son muestras de la descarada manipulación informativa por
parte del gobierno, asociada al ejercicio del poder. Pero atrás de todo esto
hay un criterio de clase: para las élites, información privilegiada, fresca y
exacta; para el pueblo, desinformación que impide su verdadera participación en
los asuntos públicos; información de muy baja calidad, groseramente filtrada, y
las más de las veces intrascendente, para que conozca sólo sombras de las
cosas, como decía Platón; al pueblo se ofrecen sucedáneos, como chismes sobre
la vida de los artistas, nota roja y escándalos que alimentan su morbo y sus
sentimientos más atrasados. Y encima de todo, mentiras oficiales. Para el
pueblo es la pirotecnia informativa; para los poderosos, la información que
vale. Pero no nos engañemos. Esta práctica es tan vieja como lo es la
dominación política; en eso no hay democracia informativa. Lo dejó dicho de
manera inequívoca el célebre economista austriaco Friedrich von Hayek: “Todo el
aparato (colectivista) para difundir conocimientos: las escuelas y la prensa,
la radio y el cine se usarán exclusivamente para propagar aquellas opiniones
que, verdaderas o falsas, refuercen la creencia en la rectitud de las
decisiones tomadas por la autoridad; se prohibirá toda la información que pueda
engendrar dudas o vacilaciones.” Y conste que el autor es uno de los
economistas más prominentes de la escuela de Viena, pilar teórico del
liberalismo moderno. En fin, como dijo Simone de Beauvoir: no nos engañemos, el
poder no tolera más que las informaciones que le son útiles.
México, D. F., a 18 de diciembre de 2012