10 ene 2013

FOBIA A LA VERDAD



El posmodernismo, abigarramiento filosófico cuyo origen se remonta a mediados del siglo pasado y que tiene entre sus representantes más destacados a Jean-François Lyotard, Michel Foucault y Jacques Derrida, declara estéril toda formulación de grandes teorías, a las que desdeñosamente llama metanarraciones o metadiscursos. Postula que el modernismo, caracterizado por los grandes “ismos” (cristiano, liberal, marxista) fracasó, y ha debido ceder su lugar a visiones particulares, sin pretensiones abarcadoras; por ejemplo, la microhistoria. Lo local, inmediato y parcial son lo único verdaderamente accesible al entendimiento humano, y la Filosofía pierde su capacidad integradora, y de explicación de los problemas más generales. Y aunque debido a su mismo rechazo a todo sistema unificador, y por la procedencia diversa de sus defensores (la ciencia, las artes o la Filosofía), su conceptualización no es del todo homogénea, mas no deja de guardar cierta unidad.

En teoría del conocimiento, se absolutiza el relativismo: ningún postulado es socialmente verdadero o creíble, pues su validez depende de cada persona y de su entorno. Como dijera Ramón de Campoamor: en este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira. La verdad es entonces sumamente esquiva e inaprehensible, pues depende de cada persona o pequeño grupo, y lo que es verdad para una no lo es necesariamente para otra; cada quien tiene su verdad, aquélla que le es útil; o sea, el criterio de la verdad es meramente pragmático, utilitarista. Por cierto, sobre este punto ha hecho una muy interesante crítica Paul Boghossian en su obra El miedo al conocimiento: contra el relativismo y el constructivismo (2009), donde refuta las tesis que niegan el conocimiento verdadero; más exactamente, las de Richard Rorty. Y como “todo es relativo” y depende de cada quién, debemos admitir que si cada uno tiene su propia verdad, nadie puede imponer la suya a los demás; en otras palabras, cada cabeza es un mundo. Llegamos así una peligrosa conclusión: la verdad no existe; es una mera entelequia. Ya no contamos con esa aproximación única a la realidad, y en su lugar ha quedado una serie inconexa y contradictoria de juicios, al arbitrario gusto (o interés) de cada quien. Sin embargo, como señala Boghossian, hay aquí un problema capital: esta maraña de verdades singulares y contradictorias entre sí, implica una violación de principios fundamentales de la Lógica, como el de no contradicción. Y también entraña una minusvaloración de la ciencia como el medio de conocimiento del mundo, pues en esta concepción todos los sistemas epistémicos tienen igual validez: la ciencia, el arte, la religión, etc.; ninguno es superior a otro.

En materia educativa, esta visión ha sido el andamiaje para la formulación del “constructivismo”, tan de moda en nuestros días, donde cada educando “construye” su propio conocimiento, con la sola ayuda de un profesor, más bien “facilitador”. Esta “novedad” pedagógica es en realidad más antigua que andar en dos pies, pues en su esencia fue postulada ya por Sócrates en su famosa mayéutica, en el siglo V a.C. El célebre filósofo ateniense era hijo de una partera, y se asumía él mismo como partero, pero de ideas, diciendo que ayudaba a sus discípulos a parir sus propios conocimientos, que ya estaban in nuce en su mente, y de los que sólo era necesario cobrar conciencia y desenrollarlos mediante el diálogo.

En el fondo, el negar todo intento de comprensión abarcadora no es un hecho meramente cognoscitivo o producto de la pura mente, derecha o retorcida, de alguien en particular. Tiene profundas raíces en el sistema de poder, político y económico, en las fuerzas dominantes del mundo, y es su propósito evitar que la verdad sea conocida por los marginados, pues si ellos no pueden lograr un conocimiento seguro, confiable y coherente del universo y la sociedad, su ceguera servirá a quienes los dominan; si el pueblo ignora la verdad, o, peor aún, cree que ésta no existe, buscarla sería como perseguir una quimera, y lógicamente renunciará a tal intento, quedando con ello imposibilitado para conocer y transformar su realidad. Sería una locura buscar lo que no existe. He ahí el propósito de tal filosofía, la navaja dentro del pan: el confusionismo general, un pueblo sin rumbo ni camino, atrapado en una red mental más tupida que las de Hefestos.

Ciertamente, la verdad no puede tener pretensiones de eternidad ni de carácter absoluto. El devenir es la constante del mundo. La realidad cambia, se mueve, y aparecen nuevos fenómenos que exigen explicación y atención; asimismo, los instrumentos de la ciencia se hacen cada vez más potentes y finos para acercarnos a la realidad e interpretarla, y permiten el continuo enriquecimiento de la verdad; su búsqueda tiene una lógica, y la ciencia lo hace mediante una perpetua serie de aproximaciones sucesivas. Sin embargo, en un momento dado, aunque la verdad sea temporal y acotada, existe y es confiable; tanto que podemos operar con ella, utilizarla como conocimiento seguro para producir, realizar viajes al espacio, curar enfermedades, construir grandes obras, preparar alimentos, realizar procesos industriales o actividades agrícolas, etc. La prueba de la existencia de la verdad, aun admitiendo sus límites, es la actividad productiva exitosa, que nos asegura que el conocimiento que damos por bueno en un momento dado, efectivamente lo es. Por eso la búsqueda del conocimiento verdadero no sólo es un esfuerzo racional, sino la llave de la felicidad humana, y debe perseverarse en él. Recordemos que Jesucristo dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.

México, D.F, a 1 de enero de 2012