Por Dante Creativo
I
Es la tarde de un
viernes, un viernes normal, y tengo un cierto fastidio por todo. Duermo después
de la comida y el sopor y el desgano no me dejan avanzar en ninguna lectura. No
me atrevo a aventurarme a una fila infinita, ni tolerar el olor a palomitas.
Salgo a caminar con dos libros pegados al cuerpo: "El mundo bajo los
párpados" de Jacobo Siruela y "El arte de perdurar" de Hugo
Hiriart.
Ambos volúmenes
me saltaron a las manos antes de pisar la calle. Los dos tan distintos y
parecidos al mismo tiempo: uno trata de indagar el mundo de los sueños, el otro
la trascendencia literaria, al final, un sueño también.Llego a un café no
solitario sino inexplorado. Las mesas perfectamente ordenadas, nadie en ellas.
No hay comensales, existe cierta pulcritud de consultorio dental y tímidamente
se escucha una música que no me dice nada, que no molesta. Me siento y me
decido por hincarle primero el diente al libro de Hugo. Hiriart, a cientos de
kilómetros de donde yo estaba, me saca de un extraño desconsuelo que ya era
abandono y, ¡oh terror de nuestros días!, la vida es total aburrimiento. Los
primeros nombres que leo en El arte de perdurar me alegran y me devuelven a un
estado de comodidad y seguridad: Reyes, Borges, Schowb, Diderot, Mann,
Lucrecio…“Hugo Hiriart o el arte de avivar una tarde”, pensé inmediatamente y
quise llamarle en ese momento y darle las gracias como quien da gracias a Dios
por la existencia de Scarlett Johanson o de Natalie Portman; pero no, me
contuve, y me dije que ya bastante tiene un autor con escribir un libro como
para que todavía aguante los desatinos de un lector inoportuno. Así que me
dispuse por el silencio y empecé a garabatear algunas líneas en la camisa del
libro; líneas que le quiero leer a Hugo.
II
Cuando me decidí por el silencio, me dije que hay cierto
refinamiento en el silencio, como los silencios en la música: tan exactos, tan
limpios, tan necesarios. Y lo pensé porque una de las palabras claves del libro
de Hiriart es, precisamente, refinamiento.
Refinado es su libro, elegante, curioso, natural, ligero, en el sentido
angélico del término.Ya es difícil encontrar autores refinados, que se acerquen,
acaso, a la elegancia y a la exquisitez. Ya no se les aprecia su claridad, su
espontaneidad. En el vestir, nos dice Hiriart por ejemplo, no se debe notar el
trabajo o el esfuerzo, sino la naturalidad al ser elegantes. Pero a esos
escritores ya poco se les aprecia y ya casi no se leen: ahí tenemos a nuestros
Reyes, Torri, Martín Luis, Vasconcelos, Arreola, grandes y pulcras plumas que,
por algunas de las razones que nos expone el autor de Galaor, no han pasado la
barrera de la trascendencia como lo han hecho Borges o Joyce.