24 ene 2013

Tarde de viernes

I
 Es la tarde de un viernes, un viernes normal, y tengo un cierto fastidio por todo. Duermo después de la comida y el sopor y el desgano no me dejan avanzar en ninguna lectura. No me atrevo a aventurarme a una fila infinita, ni tolerar el olor a palomitas. Salgo a caminar con dos libros pegados al cuerpo: "El mundo bajo los párpados" de Jacobo Siruela y "El arte de perdurar" de Hugo Hiriart.

     Ambos volúmenes me saltaron a las manos antes de pisar la calle. Los dos tan distintos y parecidos al mismo tiempo: uno trata de indagar el mundo de los sueños, el otro la trascendencia literaria, al final, un sueño también.Llego a un café no solitario sino inexplorado. Las mesas perfectamente ordenadas, nadie en ellas. No hay comensales, existe cierta pulcritud de consultorio dental y tímidamente se escucha una música que no me dice nada, que no molesta. Me siento y me decido por hincarle primero el diente al libro de Hugo. Hiriart, a cientos de kilómetros de donde yo estaba, me saca de un extraño desconsuelo que ya era abandono y, ¡oh terror de nuestros días!, la vida es total aburrimiento. Los primeros nombres que leo en El arte de perdurar me alegran y me devuelven a un estado de comodidad y seguridad: Reyes, Borges, Schowb, Diderot, Mann, Lucrecio…“Hugo Hiriart o el arte de avivar una tarde”, pensé inmediatamente y quise llamarle en ese momento y darle las gracias como quien da gracias a Dios por la existencia de Scarlett Johanson o de Natalie Portman; pero no, me contuve, y me dije que ya bastante tiene un autor con escribir un libro como para que todavía aguante los desatinos de un lector inoportuno. Así que me dispuse por el silencio y empecé a garabatear algunas líneas en la camisa del libro; líneas que le quiero leer a Hugo.

II
Cuando me decidí por el silencio, me dije que hay cierto refinamiento en el silencio, como los silencios en la música: tan exactos, tan limpios, tan necesarios. Y lo pensé porque una de las palabras claves del libro de Hiriart es, precisamente, refinamiento.  Refinado es su libro, elegante, curioso, natural, ligero, en el sentido angélico del término.Ya es difícil encontrar autores refinados, que se acerquen, acaso, a la elegancia y a la exquisitez. Ya no se les aprecia su claridad, su espontaneidad. En el vestir, nos dice Hiriart por ejemplo, no se debe notar el trabajo o el esfuerzo, sino la naturalidad al ser elegantes. Pero a esos escritores ya poco se les aprecia y ya casi no se leen: ahí tenemos a nuestros Reyes, Torri, Martín Luis, Vasconcelos, Arreola, grandes y pulcras plumas que, por algunas de las razones que nos expone el autor de Galaor, no han pasado la barrera de la trascendencia como lo han hecho Borges o Joyce.