10 ene 2013

INDIFERENCIA TOTAL.


Así como el desprendimiento saludable y el verdadero desapego son signos de equilibrio mental y emocional, la indiferencia es un error básico de la mente y conduce a la insensibilidad, la anestesia afectiva, la frialdad emocional y el insano malestar psíquico. Nada tiene que ver esta indiferencia con ese no-hacer, el cual marca la diferencia de las personas que conviven en una sociedad; debido a su enriquecedor sentido de unidad que les conduce a conciliar los opuestos y a ver el aliento supremo en todas las criaturas y circunstancias, tendríamos que erradicar la indiferencia de nuestro diario vivir. La indiferencia, en el sentido en el que utilizamos coloquialmente este término, es una actitud de insensibilidad y puede, intensificada, conducir a la destrucción de uno mismo y la paralización de los más hermosos sentimientos de crecimiento interior y autorrealización personal. La indiferencia endurece psicológicamente, impide la identificación con las persona ajenas, frustra las potencialidades de afecto y compasión, endurece el yo e invita al aislamiento interior, por mucho que la persona en lo exterior resulte muy sociable o incluso simpática. Hay buen número de personas que impregnan sus relaciones de empatía y encanto y, empero, son totalmente indiferentes en sus sentimientos hacia los demás. Se diría que son anarquistas de toda emoción real.

La indiferencia es a menudo una actitud neurótica, auto-defensiva, que atrinchera el yo de la persona por miedo a ser menospreciado, desconsiderado, herido, puesto en tela de juicio o ignorado. Unas veces la indiferencia va asociada a una actitud de prepotencia o arrogancia, pero muchas otras es de modestia y humildad. Esta indiferencia puede orientarse hacia las situaciones de cualquier tipo, las personas o incluso uno mismo y puede conducir al cinismo. Hay quienes sólo son indiferentes en la apariencia y se sirven de esa máscara para ocultar, precisamente, su labilidad psíquica; otros han incorporado esa actitud a su personalidad y la han asumido de tal modo que frustra sus sentimientos de identificación con los demás y los torna insensibles y fríos, ajenos a las necesidades de sus semejantes. También el que se obsesiona demasiado por su ego, sobre todo el ególatra, se torna indiferente a lo demás y los demás, al fijar toda su atención (libido, dirían los psicoanalistas más ortodoxos) en su propio yo.


(Agradecemos la contribución y la integración de Dante Creativo al equipo de Voz Activa. Nos espera un buen año, lo podemos ver desde ahora)