10 ene 2013

Salvajismo sin fronteras.


Chünte' Wiñik

Ríos de sangre. Oswaldo Guayasamín

La tierra está cubierta de sangre:
heroica, traidora e invasora.
Ríos de lágrimas y montañas de cadáveres también.
Hace tiempo que los hombres se han marchado
en busca de sus propios horizontes;
dejaron de ser hermanos
para transformarse en salvajes.
Todos preparan sin cesar sus trincheras
para satisfacer sus ansias guerreras
de hoy y del futuro.

Los norteamericanos llevan la batuta,
los gobiernos aliados llevan la orden
y los mercenarios las ejecutan
con una brutalidad inexorable.
Salvajismo comparable
con las guerras de los antiguos imperios
romanos, franceses y alemanes.


Columnas enteras de soldados
exhalan su espíritu bélico
bajo la pólvora en cada instante.
El rugir de los cañones,
el grito de los misiles amenazantes,
el lenguaje de las bombas nucleares
se extienden con resonancia estremecedora
en la inmensidad del planeta,
amenazando la existencia misma
de la especie humana.


El hambre se apodera del mundo
cuando el mundo mismo se inunda de riquezas,
ahogando a los obreros y campesinos en la miseria,
expulsando a naciones enteras al abismo
para vivir eternamente pobres,
desnudos, enfermos e ignorantes,
negándoles el derecho a la vida y la dignidad
bajo la bandera de los derechos humanos,
de la paz y la libertad.


Los pueblos rebeldes de todos los continentes
han sido satanizados, asechados
y si aún se resisten a ser sometidos
bajo las botas del imperio,
se encaminan las industrias guerreras
para exterminar a los rebeldes del planeta.


Se ha marchitado la inocencia de los hombres,
y los hemos contemplado transformarse
en fieras sedientas de sangre humana.
No recorren las calles de México solamente,
de Londres, París o Nueva York,
sino se extienden hasta el más aislado
de los pueblos del mundo, para torturar,
degollar y masacrar a sus hermanos
a cambio de miserables salarios;
abriendo el camino a los mercados,
apropiándose de las riquezas
y coronándose con la esclavitud de sus víctimas.

El son de los latidos del corazón del tiempo
anuncia un futuro apocalíptico.
No serán los dioses los que vendrán a destruir el mundo,
sino los hombres mismos con sus armas.
No serán, cual las profecías de los antiguos sabios,
sino serán cual las poderosas bombas barren las ciudades.

¿Cuál será el futuro de la humanidad
si el hombre mismo es causante de su amarga tempestad?
¿Quién salvará el mundo de este precipicio
si la fiebre guerrera penetra con más fuerzas
en la conciencia y el corazón de los pueblos?
¿Para qué nos sirve entonces la civilización de la humanidad?


Tampoco serán los dioses los salvadores del futuro
sino serán los pueblos consientes y unidos.
Cierto que las férreas garras del imperio
son motivos de terror escalofriantes,
pero nunca serán suficientes para infundir cobardía
en el corazón de los pueblos valientes.
Cierto que las armas podrán matar a los rebeldes,
a los hambrientos, enfermos e ignorantes,
mas no acabarán con la justa rebeldía,
ni el hambre, la enfermedad ni la ignorancia.

Mientras perdure la opresión en la tierra
existirá entre los pueblos una llama de rebeldía,
que poco a poco se extenderá en las ciudades,
cruzarán los valles, los desiertos, montañas y mares
hasta hermanar a los pueblos del mundo,
y nacerá así, el fin de las bestialidades del hombre.