Tomado del muro de Abel Pérez Zamorano
Vivimos tiempos de oscuridad. La
cultura en México, se halla en la postración, y ello no es casual, pues las
artes son una expresión de la vida económica y social, y reflejan sus
tendencias: en épocas de economía próspera, la cultura florece, como, ocurrió,
por ejemplo, en México durante los años del capitalismo ascendente. No por
casualidad, aquélla fue también la época de oro del arte mexicano; tuvo lugar
entonces lo mejor de la creación cinematográfica; en música destacaron las
grandes voces que perduran para siempre en el corazón de nuestro pueblo y
fueron los tiempos de los grandes compositores, glorias del arte mexicano como
Agustín Lara, Gonzalo Curiel, María Grever, Luis Arcaraz, Consuelito Velázquez,
Joaquín Pardavé, o José Pablo Moncayo, Silvestre Revueltas y Blas Galindo; fue
esa también la época de nuestros grandes pintores, gigantes como Siqueiros,
Revueltas y Orozco. Y así ha sido históricamente, como ley rigurosamente
repetida con el paso del tiempo: en las épocas de estancamiento económico y pauperización
social, de hambre, desempleo y conservadurismo, la cultura resiente los efectos
y los refleja en su propio empobrecimiento.
"La decadencia cultural responde a intereses y a una realidad histórica; muestra el declive de una época y la concepción del mundo de quienes la representan, misma que transmiten a toda la sociedad." |
La de hoy es una economía decadente, causa de
postración cultural (salvo destellos aislados que no constituyen una tendencia).
La mayoría de la población vive en la pobreza, sin recursos para satisfacer
necesidades elementales como vivienda, alimento y salud, y privada,
consecuentemente, del tiempo y las condiciones necesarios para procurarse
cultura, convertida por lo demás en una mercancía, y cara. Imposible es para la
mayoría adquirir libros e instrumentos musicales o asistir a conciertos de
buena calidad. Y la cultura refleja este desastre: el dominio del idioma es
realmente pobre; en comprensión de lectura ocupamos el último lugar entre los
34 países de la OCDE. Somos un pueblo que no lee. El arte se ha vulgarizado (la
comedia ha quedado reducida a una retahíla de albures), y su disfrute está
restringido, por lo costoso, a las élites del poder. Oratoria y poesía, extraordinarios
recursos para despertar la mente, dominar el idioma y humanizar al hombre, han
sido desterradas de los eventos culturales de masas. En zonas urbanas
marginadas no se construyen espacios físicos apropiados para la cultura
popular, ya no digamos en ciudades pequeñas, y ni hablar del medio rural.
La televisión es la encargada de maleducar al
pueblo. Según IBOPE, institución brasileña especializada en estudios de medios
y opinión (Medición de audiencias de televisión en México, 1998-2005), los
mexicanos (promedio nacional) ven televisión cuatro horas y media al día, y
veinte millones de ellos (casi una quinta parte de la población) la ven durante
1,516 horas (63 días completos) al año. Otro estudio de IBOPE (2004) nos ubica
en el tercer lugar en Latinoamérica como el país donde más tiempo se ve
televisión; y el impacto es devastador, pues 98 por ciento de los hogares
urbanos y 86 por ciento en el medio rural tienen al menos un aparato televisor.
Televisa controla el 67 por ciento de la audiencia nacional, por lo que no es
exagerado decir que es la verdadera secretaría de educación. Gran auge han
alcanzado, sobre todo en niños y jóvenes, los videojuegos, donde se aprende a
matar y destruir, y cobran cada día más fuerza la vulgarización del lenguaje y
la violencia verbal, preludio ésta de la violencia física.
Los jóvenes están siendo educados en los
valores norteamericanos; es la macdonalización cultural, que estandariza a los
seres humanos de todo el planeta para convertirlos en consumidores ideales de las
mercancías producidas por las empresas transnacionales. La globalización
económica ha traído consigo la globalización cultural, eliminando
paulatinamente la diversidad: hábitos alimenticios, vestido, lenguaje, gustos
musicales, todo ha sido adaptado a las necesidades del mercado. Adicionalmente,
el atraso cultural frena el desarrollo tecnológico de los países pobres, pues
éste exige imaginación; la innovación requiere de un hombre pensante, crítico,
y en lugar de eso se están preparando autómatas, trabajadores dóciles y
ciudadanos sumisos. Pero como decimos al inicio, nada de esto es casual. La
decadencia cultural responde a intereses y a una realidad histórica; muestra el
declive de una época y la concepción del mundo de quienes la representan, misma
que transmiten a toda la sociedad.
En este panorama sombrío, no puede menos que
llamar la atención un evento cuya cobertura alcanza ya a todo el país: me
refiero a la Espartaqueada cultural que cada año realiza el Movimiento
Antorchista en Tecomatlán, Puebla; se trata de un concurso cultural de muy alto
nivel artístico, y muy reconocido entre quienes se dedican a la cultura;
congrega cada año a niños, jóvenes, campesinos, obreros, colonos y amas de casa
de las 32 entidades federativas para competir en disciplinas artísticas como:
oratoria, poesía, canto en todas sus modalidades (incluida ópera), danzas
autóctonas y baile regional (teatro y pintura concursan en un ocasión
especial). El evento que en estos días tiene lugar ha alcanzado la cifra récord
de 10 mil 827 participantes. Sin duda alguna, este gran esfuerzo está
contribuyendo a impulsar el verdadero arte popular, con un sentido humanista y
de alta calidad, pues aparte del número, destaca la concepción misma del
evento, que rechaza la trivialización y la mercantilización de la cultura. Por
supuesto, también evita el otro extremo, esencialmente igual: el seudoarte
panfletario. No olvidemos que el auténtico arte es enemigo de lo trivial, y
expresa la vida real en forma profunda y trascendente.
Esfuerzos de reivindicación y resistencia
cultural como éste son sumamente valiosos en los tiempos que corren, pues
contribuyen a salvaguardar nuestra gran riqueza artística y sus profundas
raíces populares; el verdadero arte despierta la imaginación, y con ello la posibilidad
de concebir mundos nuevos, realidades aún no existentes, pero posibles; y quien
ni siquiera puede imaginarlos, menos podrá luchar por hacerlos realidad, y
deberá resignarse a sus miserias y al actual orden de cosas como el único
posible. Enhorabuena, pues, por este magnífico esfuerzo de llevar verdadero
arte al pueblo, que le enseñe a entender su realidad y a transformarla, y que
eduque al hombre para aprender a ver en los demás hombres a hermanos suyos.
México, D.F, a 6 de febrero de 2013