Alma
Rojas.
Tengo 22 años, soy del estado más grande de México, donde comemos
carne asada, somos directos, y las mujeres son aún más bravas que los hombres,
bueno, eso se supone, pues es la versión que da la publicidad y el gobierno,
pero la realidad, la realidad es otra. Desde que nací en 1990, una ola de
asesinatos de mujeres atemorizó a la sociedad y se plantó como una espinita en
el dedo del gobierno, yo crecí a través de la década de los noventa y de la
primera del 2000, con las advertencias básicas: cuida como te vistes, a donde
vas, por dónde vas y como caminas.
Miles de mujeres
han desaparecido y muerto en Chihuahua, obreras, estudiantes e indígenas, la
mayoría de ellas, adolecentes y niñas.
Pero bueno, de
eso se ha escuchado mucho y también se ha escrito mucho, de las muertas de
Juárez, de las muertas de Chihuahua.
Pero de lo que
no se ha hablado, es de las vivas que viven de esas muertas y que lucran con el
dolor de las madres de las desaparecidas.
Como aves de rapiña,
empuñan el libro de la verdad absoluta del feminismo, afilan sus hábiles
lenguas que como navajas cortan a quien se les atraviese por delante, amigo o
enemigo, ya que, en “ese negocio” no caben dos en el mismo pueblo.
Se dicen
liberales, guardianas y justicieras que se exhiben y libran batallas contra los
elementos, los gobiernos corruptos y la prensa vendida, pero que a la hora de
la hora, les roban cámara o el micrófono a la madre de la desaparecida o
simplemente se meten entre los bolsillos el dinero que bajan de las naciones
europeas, que ávidas, mandan euros para los defensores de los derechos humanos.
Son un grupo de
“licenciadas” y “feministas”, que no resuelven nada, que traen a las madres de
las desaparecidas como ganado, pero que en todo conflicto se meten, conflictos
en la que, a la mayoría de los casos la luz de la verdad o la justicia nunca
llega.
El más reciente
caso, exhibió el carácter de algunas de esas “licenciadas”, ya que durante los
días más fríos de enero, una caravana, que primero se dijo estaba formada por
madres indignadas por que el gobierno no les devolvía los cuerpos de sus hijas,
victimas del feminicidio y que seguían después de años en la morgue, después,
la versión cambio y se dijo que era una caravana de madres de desaparecidas,
muchos las apoyaron, muchas organizaciones de verdad, del pueblo, emprendieron
la penosa marcha desde Juárez hasta Chihuahua de más de 360 kilómetros, con un
frío de menos 6 grados centígrados.
Los grupos de
izquierda dentro de la prensa nacional, enarbolaron su causa, pero, muchas de
las madres dentro de la caravana se dieron cuenta que era un simple acto de
exhibicionismo, que no tenía más mérito que ese y que no ayudaría ni aportaría
nada a la búsqueda de sus hijas ni de justicia para ellas.
Y ¿por qué
llegaron a esa conclusión? Bueno, la verdad fue evidente desde un principio,
primero se juntaron algunas madres de desaparecidas en Juárez, algunas ya iban
con gente que las apoyaría en la caminata, trataron de trazar un plan, un
objetivo, por lo menos ponerle nombre a esa caminata, pero en cuanto se dieron
cuenta, las “abogadas y feministas” ya habían partido enfiladas hacia la
carretera.
Muchas de las
madres son mujeres ya de edad avanzada, antes de salir de Juárez, una Suburban
y dos camionetas de pasajeros les dieron alcance, una mujer de tacones bajó de
la Suburban y se identificó como Fiscal, asegurándoles que el Gobernador ya las
esperaba en su despacho de Chihuahua para escuchar y solucionar sus demandas,
que subieran a las camionetas, antes de que alguna de las madres pudiera
preguntar algo, las “licenciadas” comenzaron a lanzar manotazos y gritos de
protesta al aire “gobierno represor, déjenos seguir con nuestra marcha”, cuando
la Fiscal decidió emprender la marcha con ellas a pie, las mismas que
protestaron al principio replicaron la protesta.
Dejó pues la
Fiscal, en el líder de una de las organizaciones que acompañaba a una de las
madres un conjunto de lonches, tortas, burritos y sodas, que fueron devoradas
por las protestantes y las madres.
Varios
kilómetros después, cuando el frío calaba hasta los huesos, el alcalde de Villa
Ahumada, un municipio vecino de Juárez, se les unió y les pidió que lo dejaran
ayudar, que se sumaba a su causa y que les daría alojamiento en un hotel de
cinco estrellas en su municipio y que por la mañana las dejaría en el mismo
punto, pero que no pasaran la noche a la intemperie, por que bien podría
costarles la vida con el frío que azotaba la desolada carretera, las mismas
“humanistas” rechiflaron una vez más y se negaron, siguieron a pie a la
intemperie.
Ese fue el punto
de quiebre, muchas madres dejaron la caminata igual que muchos de los que las
apoyaban, vieron que trataban con necias, que no buscaban más que reflectores,
con reaccionarias que no planeaban y ejecutaban y que incluso pelearon con
algunos de los medios que fueron a cubrir la nota, pero que notaron el
cansancio de las madres y la camioneta que transportaba a algunas de las
“líderes de la marcha”.
Días después,
llegaron a Chihuahua, la desilusión de las ultimas madres que aún guardaban en
su corazón una pisca de esperanza de saber algo de sus niñas, al llegar al
Palacio de Gobierno se esfumó, porque ni siquiera entraron y se limitaron a
dejar una ofrenda en la placa en memoria de Marisela Escobedo, la madre de Rubí
Frayre que murió a balazos mientras se manifestaba en la plaza Hidalgo frente
al Palacio.
Hay un puñado de
abogadas y feministas, en una región de México asolada por la violencia, donde
las niñas y las adolescentes son devoradas como presas de una despiadada
bestia, ese puñado de abogadas viven de esas niñas y adolescentes, viven de sus
muertes y lucran con el dolor de sus familias, son las vivas que viven de las
muertas.