7 feb 2013

LOS GOBERNADORES Y EL RESPETO A LA LEY


Omar Carreón Abud

Al anochecer del pasado domingo 3 de febrero, 23 días después de haber sido sacados a golpes de su casa, fueron dejados en libertad los campesinos antorchistas José Maximino Rodríguez y sus hijos, Luis y Jaime Maximino García, quienes permanecieron todo ese tiempo en poder de la llamada “policía comunitaria” que opera en la zona del municipio de Ayutla de los libres, Guerrero. En consecuencia, el plantón de los antorchistas guerrerenses que se había instalado a las afueras del palacio de gobierno y las marchas programadas para los días siguientes, fueron suspendidos, pero sólo temporalmente, porque la exigencia de justicia ni se ha retirado ni se va a retirar puesto que los delitos cometidos por los enmascarados de la “policía comunitaria” permanecen impunes.

La verdad no puede ser sepultada y sale a la luz. La llamada “policía comunitaria”, compuesta por supuestos libertadores y garantes de la tranquilidad y la paz, trata a sus secuestrados como los fascistas y los esbirros de las peores dictaduras. Ahora se sabe que en la comunidad de “El Paraíso” del municipio de Ayutla, zona de tierra caliente, los rehenes antorchistas estaban encerrados con otras 13 personas en un cuarto sin ventanas de 4 x 4 metros, que se les daba de comer solamente una tortilla a las 10 de la mañana y otra a eso de las cinco de la tarde, que no les daban agua para beber (hay gente que bebe orines para calmar la sed), que los obligaban a partir leña y que sólo les permitían hacer sus necesidades fisiológicas una vez al día. Se sabe, también que hay gente desesperada dispuesta a dejarse matar para no seguir sufriendo, al grado que los carceleros, captando el riesgo de una rebelión suicida, tuvieron que permitirle permanecer en el patio.

Los carceleros de la “policía comunitaria” que mantuvo secuestrados a los campesinos antorchistas eran doce sujetos que se relevaban cada 24 horas y estaban armados con escopetas calibre 12 de las llamadas “chaqueteras”, calibre 16 y rifles 22 de varilla de 18 tiros. Durante todo el tiempo que duró el cautiverio, los campesinos fueron amenazados constantemente, pero no porque fueran sospechosos de delitos del fuero común y se pretendiera hacer justicia, como sostiene que es su cometido la “policía comunitaria”, sino diciéndoles que se los iba “a cargar la chingada por antorchas”; nunca, jamás, se les mencionó ningún delito ni real ni inventado, el carácter político de la embestida queda, pues, al desnudo. ¿Será este el destino –u otro peor aún- de todos aquellos que los “policías comunitarios” perredistas consideren sus opositores políticos? ¿El Khmer rojo criollo?

Policia Comunitaria, Guerrero.
Pero hay más todavía. Ahora se sabe bien que la gran mayoría de quienes fungen como vigilantes y carceleros de los secuestrados está sumamente inconforme con los métodos y decisiones de los líderes de la “policía comunitaria” (que ostentan camionetas Nissan seminuevas de doble cabina); a los lugareños se les impone realizar estas “importantes” labores como “faena obligatoria” y, si se niegan a obedecer, ellos mismos y sus mujeres, son encarcelados; todo, obedeciendo, supuestamente, a “los usos y costumbres”.

Pero si alguien dudara todavía de las denuncias públicas, de la verdad del antorchismo sobre este caso y sobre el peligro que representa para todos los mexicanos, debo añadir que un día después de que el panegirista principal de las “policías comunitarias”, el gobernador, Ángel Aguirre Rivero, las encomiara públicamente asegurando que “las acciones de seguridad implementadas por los grupos de autodefensa civil en contra de la delincuencia organizada, han logrado la disminución palpable de los índices de inseguridad en la región de la Costa Chica” (El Universal del sábado 2 de febrero), una pacífica pareja de turistas fue agredida y herida a balazos “porque no se quiso parar en un retén de la “policía comunitaria” instalado en la comunidad de Las Mesas, del Municipio de San Marcos” (Reforma del domingo 3 de febrero). La realidad aplasta a las declaraciones.

Ahora que 54 mexicanos, entre ellos, 3 antorchistas, han estado retenidos en condiciones salvajes, echo de menos a los periodistas que exhiben una indignación santa por una marcha ocasional de protesta “porque se secuestran las calles”, extraño las mesas redondas de intelectuales que nos aleccionaron acerca de la inobjetable legalidad de la liberación de Florence Cassez en aras del “debido proceso”, miro, ahora, con extrañeza e indignación, como alguien que ha protestado cumplir y hacer cumplir la ley, un gobernador como Ángel Aguirre Rivero, es el principal apologista de delincuentes y anuncia públicamente que les va a regalar más armamento.

Pero no es el único gobernador cuyo respeto a la ley, a la impartición de justicia y al castigo a peligrosos delincuentes, se suma en los últimos días a la irritación acumulada de los mexicanos. Sumo mi voz a la de la Dirección Nacional del Movimiento Antorchista que el pasado viernes 1 de febrero publicó en la prensa nacional un desplegado reclamando –nuevamente- a Eruviel Ávila Villegas, gobernador del estado de México, el castigo a los homicidas, es decir, a los autores materiales y a los autores intelectuales, de la muerte de seis compañeros que eran líderes de modestos trabajadores del volante que sostienen un movimiento de resistencia en contra de la embestida de Axel García Aguilera, poderoso monopolista del servicio de transporte público en el estado de México. Hasta ahora, en lugar de que en el estado de México aparezca la justicia pronta y expedita que preside toda la teoría del derecho, los dirigentes antorchistas son obligados a acudir a una y a otra oficina a “gestionar” la impartición de justicia y la acción del estado en contra de conocidos transgresores de la ley. Seis muertos, ejecutados al día siguiente de macabras entrevistas en las que los agresivos funcionarios (casos de Edmundo Ranero Barrera y Jaer Hugo Banda Robles), se desempeñan como operadores de la delincuencia organizada, y no se hace justicia. ¿Lenidad? ¿Omisión? ¿Complicidad?

Axel Garcia Aguilera. Pulpo camionero.
Hago responsable de la integridad física y la vida de los tres campesinos recientemente liberados y de la de sus dirigentes, al gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero, ya que sus peligrosos captores, los amenazaron de muerte antes de liberarlos. Asimismo, hago responsable al gobernador del estado de México, Eruviel Ávila Villegas, de la seguridad y la vida de los compañeros, Héctor Javier Álvarez, líder de los antorchistas del noroeste mexiquense y miembro del Comité Estatal, Miguel Ángel Ocampo Lara y José Manuel Gutiérrez Hernández, líderes de transportistas, quienes corren el grave riesgo de ser también masacrados, simple y sencillamente, porque en el estado de México, los homicidas de los antorchistas gozan de total impunidad.

Morelia, Mich., a 5 de febrero de 2013